Opinion
Acerca del balón
Juan Simón Cancino Peña
Llegó a su fin la edición 18 en la historia de los campeonatos mundiales de fútbol, treinta días que para quienes nos deleitamos con este popular deporte, pasaron tan rápido como una alucinante ensoñación.
En la memoria de los aficionados quedarán para la posteridad, las maduras gambetas del sobrio Zidane, la perseverancia felina del italiano Genaro Gatusso, las incontenibles lágrimas de David Beckan tras su lesión en el duelo entre Inglaterra y Portugal, y la frustración de quienes nos quedamos esperando la magia de Ronaldinho y su corte de penta campeones.
Mientras tanto esperaremos pacientes hasta dentro de 47 meses, hasta que Sudáfrica le abra sus puertas al mundo, y nos permita ver algo de su cultura y un mundial más del “jogo bonito” como dicen en Brasil.
Hay quienes critican y con justa razón, todo ese entorno sórdido que se vive alrededor del fútbol de alta competencia: las extravagantes cifras que los más poderosos clubes del mundo pagan por los derechos deportivos de los dueños del talento con un balón en los pies, el despliegue de los medios de comunicación haciendo noticia de los hechos más triviales en el entorno del juego, y la publicidad desmesurada que a veces ridiculiza al deporte más popular del mundo, mostrando a los jugadores como a extraterrestres libres de cualquier condicionamiento biológico que les impone el hecho de ser seres humanos, o como a maniquíes de feria aptos de ser comprados por el mejor postor.
No obstante vienen a mi memoria dos escenas relacionadas con el fútbol que me recuerdan que este deporte tiene tanto de humano como de divino. En la primera ronda del mundial de Francia 98, se enfrentaron las selecciones de Irán y de Estados Unidos, dos naciones que por esos avatares de la geopolítica contemporánea internacional se declaran como enemigos irreconciliables.
La verdad no recuerdo cual fue el resultado final del partido, solo tengo presente los once ramos de rosas entregados por los asiáticos a los norteamericanos segundos antes del pitazo inicial, dándonos la sensación por un corto instante, de que al final del túnel si es factible evitar una no agradable lluvia ácida de la que solo sobrevivirían las cucarachas como único testimonio de que en este planeta azul alguna vez hubo vida y no se hasta donde inteligente.
En 1982 Inglaterra y Argentina fueron protagonistas de una confrontación bélica por el dominio territorial de las islas Malvinas, que finalmente permitió a los europeos anexarse una porción adicional del planeta. Cuatro años después se repitió el duelo en México pero en una cancha de fútbol. Ese día los argentinos eliminaron a los ingleses en cuartos de final, el mismo día del gol con la mano de Maradona, el mismo día cuando “el pelusa” avanzó desde terreno propio con la pelota pegada a su botín izquierdo en una zigzagueante carrera y eludiendo a siete rivales anotó uno de los goles más memorables en la historia de los mundiales: los suramericanos habían cobrado venganza de su derrota militar, sin dejar bajas en las filas rivales, sin hombres y mujeres desplazados por las bombas lloviendo del cielo.
Todo en el curso de la existencia humana es susceptible de ser analizado desde múltiples perspectivas y por supuesto que el balompié no está al margen de este condicionamiento; es así que en la actualidad en Italia, una de las ligas más costosas del mundo, está en curso una enorme polémica porque dos de los clubes más representativos de ese país, El Milán y La Juventus, se encuentran adportas de perder sus credenciales para jugar en la primera división por escándalos relacionados con la compra de árbitros, de igual modo es necesario recordar que el fútbol está siendo utilizado en muchos países como mecanismo de lucha contra el rasismo, esa forma de rechazo que el género humano sigue perpetuando en pleno siglo veintiuno porque todos no respondemos a un determinado estereotipo físico.
Sería deseable que en este mundo en el que casi cualquier acción se justifica con tal de obtener el poder, hubiera más adolescentes en las calles del planeta tratando de imitar las piruetas de Figo, Cristiano Ronaldo o Carlos Teves, en lugar de estarse adiestrando para la guerra con un fusil al hombro, rompiendo así las ataduras de ese inveterado mito, en el que todas las formas de lucha son válidas, remplazándolo por un ritual en el que voces de mil colores pronuncien al unísono la palabra “Gol” hasta reventar de alegría como único grito litúrgico válido de guerra, sin importar el pueblo, la hora o las condiciones del lugar en el que se le dan puntapiés a un balón de cuero o a una pelota de trapo. Y entretanto el fútbol sigue su espera paciente, a la expectativa de algún día ser tenido en cuenta, como forma pacífica para dirimir muchos de esos conflictos que claman por soluciones que respeten la condición humana.
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