Música Popular
No Queremos Más Gasolina
Si hiciéramos un recorrido por el verde y floreciente paisaje de la música popular latinoamericana durante los últimos 80 años, es muy probable que pecáramos de injustos ya que sería imposible omitir algunos nombres de los cantantes, agrupaciones, compositores y arreglistas, que han hecho del arte de cantar y tocar algún instrumento, uno de los patrimonios con mayor arraigo popular para la cultura de nuestro continente.
Carlos Gardel, el icono del tango más reconocido, murió en Medellín en 1935, y aún sus interpretaciones son hito en el cancionero cotidiano de nuestra lengua; La Sonora Matancera, figura en “El Libro De Los Guines Records”, como la agrupación musical con mayor duración, fundada en 1924 y desde la fecha hasta nuestros días ha desarrollado actividades artísticas en forma ininterrumpida; El Trío mexicano Los Panchos, creó a mediados de la década de los cuarentas, un estilo para interpretar el bolero con guitarras que permeó al continente y que aún es vigente.
Cómo olvidar a Billo Frómeta, al arreglista, compositor y director, fundador en 1949 de La Billos Caracas Boys, creador de un estilo tropical, emulado después por muchas otras agrupaciones; son inmortales los nombres del cubano Dámaso Pérez Prado el inventor del mambo y del mexicano Rafael de Paz, quienes en la década de los cincuentas adaptaron a los ritmos caribeños el estilo de las big bam gringas de los treintas, mientras Beny Moré y el colombiano Luis Carlos Meyer, acomodaban con maestría sus voces mientras cerca de cuarenta músicos los acompañaban.
La pluma de Rafael Escalona, construyó una casa en el aire e hizo que de un desierto brotara un manantial, el mexicano José Alfredo Jiménez, convirtió a un viejo camión destartalado en un blanco caballo que rengueante y desfalleciente le daba la vuelta a México; Roberto Cantoral le imploró a un reloj que detuviera su marcha, con la esperanza de que el tiempo se congelara en un eterno presente, para que el amanecer nunca llegara y su amada no lo abandonara; y Pedro Junco, le decía a su adorada yaciente en el lecho de muerte, que no era falta de cariño, que la quería con locura, pero que en nombre de ese amor y por su bien le decía adiós.
Contrasta el ingenio de Pedro Flores, Armando Manzanero, Agustín Lara, Rafael Hernández, con la ínfima capacidad artística e intelectual, de los precursores de ese despropósito llamado Reguetón, con sus cantantes y compositores, desprovistos del más mínimo talento, con sus letras insulsas y sus círculos armónicos predecibles y saturantes, con sus vocecillas engoladas, aletargadas y desafinadas, hablando de meterlo y de sacarlo, cuarenta veces por minuto, y pidiendo más gasolina, será acaso porque tiene más cerebro un Renault 4.
Imaginemos que construimos un anuncio clasificado para conformar un grupo de Reguetón: Empresario de la industria musical con gran desprecio por el talento y el buen gusto en el manejo del lenguaje, necesita a cuatro o cinco donnadie desocupados que en lo posible no sepan hacer nada pero que crean que interpretan cualquier instrumento, que estén convencidos de que componer una canción es decir la primera estolidez que sobre sexo se le ocurra a alguien, que al cantar sus voces suenen como la de aquel que ha consumido alucinógenos hasta casi perder la conciencia, y que en lo posible se oiga muy desafinado; pero lo más importante, que al momento de ensamblar el grupo, se esfuercen por dar la sensación de que cada uno toca por aparte una canción diferente.
“Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, ese es un fragmento de “Cuesta Abajo”, un tango interpretado por Carlos Gardel, frase que con melancolía con seguridad cantarán en no más de tres años los seguidores del reguetón, por su intrascendencia como propuesta artística, por su ineptitud para construir cultura, por su incapacidad para haber recogido el legado de tan diversas demostraciones heredadas de la música latinoamericana, y casi con seguridad por su carencia de habilidad para perpetuarse en el tiempo, como tantos otros ritmos que fueron flor de un día y que hoy ya nadie recuerda.
Y si aceptáramos que el Reguetón es una manifestación cultural tan respetable como cualquiera otra, sería necesario entonces parafrasear al cantante Edmundo Rivero en “Cambalache: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador, todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor”, “Que falta de respeto que atropello a la razón, cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón”. Si el reguetón reclama su patente para existir está en todo su derecho, aunque no sobraría recordar ese refrán del acervo popular: “juntos pero no revueltos”.
Escribe Juan Simón Cancino Peña.
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