Expresion
Oda a la moral
A finales de la semana pasada, un honorable y benemérito padre del Distrito Capital, en prosa rimbombante, y sin otro propósito que el de aportarle soluciones a la pobreza extrema y a otros graves problemas que viven millones de bogotanos, le propuso al cabildo de la ciudad la creación de un acuerdo para que quién pronuncie palabras soeces en publico sea objeto de amonestaciones verbales, sanciones pecuniarias o privativas de la libertad.
El ignaro fatuo justifica su propuesta pequeño “burguezoburocrática”, dada la imperiosa necesidad de recuperar la moral, la ética y las buenas costumbres, que otrora eran reglas inapelables, y de las que él se autoerige como patriarca de rancio abolengo. La ira dantesca del proherético contumaz llegó a su clímax, cuando uno de sus colegas utilizó términos sodomíticos para referirse a personas con opciones sexuales diferentes al heterosexualismo.
Acaso el presuntuoso vicario de Cervantes, pretende la implantación de un lenguaje eufemístico y netflanderiano, en el que el afectado dijera tras un accidente casero: “carambolas carambolillas, creo que me luxé el meñique por andar descalzo”. Y cuando al beato se le ocurra recuperar la estética pública obligando a las mujeres a no usar faldas cortas ni pantalones, y a los hombres a vestirse solo de riguroso sastre y a cortarse el pelo con uniformidad, entonces los inconformes podremos mandarlo a ingestarse una carga de heces.
Resultaría de un realismo mágico incomprensible ver al escribano de Aracataca tras las rejas, por rehusarse a publicar una nueva edición de “Memorias de mis Hetairas Tristes. Cuanto disfrutarían en Pereira y sobre todo las ofendidas pereiranas, si el báculo de la justicia se encarnizara contra el creador de Pandillas Guerra y paz, al no aceptar la sugerencias de las adoratrices del divino Diago para la segunda parte de “Sin Glándulas Mamarias no hay Paraíso”.
Cuantos pagaríamos por presenciar al menos por un instante, cómo se horrorizarían los inmaculados ojos del oligofrénico cabildante, ante la nunca bien ponderada “Filosofía en el Tocador” del Marqués de Sade. Acaso con espartana rigurosidad, le dirá a sus hijos que educación sexual es dar las gracias luego de hacer el amor, y que la cigüeña es un ángel parisiense que los trajo directo de Francia y que por eso el y los suyos son de una raza superior a la que no se le está permitido comportarse como la aborigen canalla insurrecta que los rodea.
Si estos grandilocuentes exponentes de la coherencia democrática colombiana, logran mediante sus esforzados aportes hacer de esta sociedad algo más digno, corrigiendo de paso los vicios ancestrales de nuestros gobernantes, me comprometo a no volver a proferir un putazo, sopena de azotarme en público si incumplo hasta tanto no resarcir el daño. A cambio si son ellos los que quebrantan el pacto, pido el cadalso, para empezar a resarcir en algo a esta sociedad y en cierta forma para devolverles un poco de su propio cocinado, y perdón por lo elemental de la metáfora.
Son muchas las veces que los dueños de la moral en Colombia, han insultado a esta patria inerme y no precisamente con palabras sino con hechos que resultan más repudiables, desperdiciando lo más excelso del talento humano de nuestros hombres y mujeres, usufructuando en su propio beneficio lo mejor de nuestros recursos, perpetuando así un estado ignominioso de violencia e inseguridad, que se complacen en mantener porque eso los beneficia, y hemos caído en la trampa de pensar que si vivimos es por obra y gracia de nuestros dirigentes y que es por ello que todas sus estupideces nos parecen loables.
Si por esos avatares de la vida el implicado llega a leer este aporte, le sugeriría que antes de revivir la Santa inquisición para castigarme por considerar como grotescos los términos que no comprenda, que consulte primero un diccionario, y sino sabe qué es eso, será el libro que tenga en las manos para aclarar el significado de las palabras, y de no entenderlas, estoy seguro que lo hará, cuando aprenda a hilar los grafemas para construir vocablos y frases, actividad que en el medioevo era una herejía imperdonable para la mayoría, y que hoy por supuesto, no gracias a hombres como usted, es un derecho inalienable.
A finales de la semana pasada, un honorable y benemérito padre del Distrito Capital, en prosa rimbombante, y sin otro propósito que el de aportarle soluciones a la pobreza extrema y a otros graves problemas que viven millones de bogotanos, le propuso al cabildo de la ciudad la creación de un acuerdo para que quién pronuncie palabras soeces en publico sea objeto de amonestaciones verbales, sanciones pecuniarias o privativas de la libertad.
El ignaro fatuo justifica su propuesta pequeño “burguezoburocrática”, dada la imperiosa necesidad de recuperar la moral, la ética y las buenas costumbres, que otrora eran reglas inapelables, y de las que él se autoerige como patriarca de rancio abolengo. La ira dantesca del proherético contumaz llegó a su clímax, cuando uno de sus colegas utilizó términos sodomíticos para referirse a personas con opciones sexuales diferentes al heterosexualismo.
Acaso el presuntuoso vicario de Cervantes, pretende la implantación de un lenguaje eufemístico y netflanderiano, en el que el afectado dijera tras un accidente casero: “carambolas carambolillas, creo que me luxé el meñique por andar descalzo”. Y cuando al beato se le ocurra recuperar la estética pública obligando a las mujeres a no usar faldas cortas ni pantalones, y a los hombres a vestirse solo de riguroso sastre y a cortarse el pelo con uniformidad, entonces los inconformes podremos mandarlo a ingestarse una carga de heces.
Resultaría de un realismo mágico incomprensible ver al escribano de Aracataca tras las rejas, por rehusarse a publicar una nueva edición de “Memorias de mis Hetairas Tristes. Cuanto disfrutarían en Pereira y sobre todo las ofendidas pereiranas, si el báculo de la justicia se encarnizara contra el creador de Pandillas Guerra y paz, al no aceptar la sugerencias de las adoratrices del divino Diago para la segunda parte de “Sin Glándulas Mamarias no hay Paraíso”.
Cuantos pagaríamos por presenciar al menos por un instante, cómo se horrorizarían los inmaculados ojos del oligofrénico cabildante, ante la nunca bien ponderada “Filosofía en el Tocador” del Marqués de Sade. Acaso con espartana rigurosidad, le dirá a sus hijos que educación sexual es dar las gracias luego de hacer el amor, y que la cigüeña es un ángel parisiense que los trajo directo de Francia y que por eso el y los suyos son de una raza superior a la que no se le está permitido comportarse como la aborigen canalla insurrecta que los rodea.
Si estos grandilocuentes exponentes de la coherencia democrática colombiana, logran mediante sus esforzados aportes hacer de esta sociedad algo más digno, corrigiendo de paso los vicios ancestrales de nuestros gobernantes, me comprometo a no volver a proferir un putazo, sopena de azotarme en público si incumplo hasta tanto no resarcir el daño. A cambio si son ellos los que quebrantan el pacto, pido el cadalso, para empezar a resarcir en algo a esta sociedad y en cierta forma para devolverles un poco de su propio cocinado, y perdón por lo elemental de la metáfora.
Son muchas las veces que los dueños de la moral en Colombia, han insultado a esta patria inerme y no precisamente con palabras sino con hechos que resultan más repudiables, desperdiciando lo más excelso del talento humano de nuestros hombres y mujeres, usufructuando en su propio beneficio lo mejor de nuestros recursos, perpetuando así un estado ignominioso de violencia e inseguridad, que se complacen en mantener porque eso los beneficia, y hemos caído en la trampa de pensar que si vivimos es por obra y gracia de nuestros dirigentes y que es por ello que todas sus estupideces nos parecen loables.
Si por esos avatares de la vida el implicado llega a leer este aporte, le sugeriría que antes de revivir la Santa inquisición para castigarme por considerar como grotescos los términos que no comprenda, que consulte primero un diccionario, y sino sabe qué es eso, será el libro que tenga en las manos para aclarar el significado de las palabras, y de no entenderlas, estoy seguro que lo hará, cuando aprenda a hilar los grafemas para construir vocablos y frases, actividad que en el medioevo era una herejía imperdonable para la mayoría, y que hoy por supuesto, no gracias a hombres como usted, es un derecho inalienable.
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