CATALEJO

OPINION LIBRE PERMANENTE SOBRE EL DIA A DIA. AUTOR JUAN SIMON CANCINO PEÑA, COMUNICADOR PERIODISTA. BOGOTA COLOMBIA.

Saturday, February 14, 2015

Descomplejizar lo complejo



Por: Juan Simón Cancino Peña

La otra mañana escuchaba una estación de radio, una de esas donde el locutor de turno se cree el director, o donde el director se cree locutor,  ya ni sé, en todo caso uno de esos noticieros donde la voz se vende como el mejor atributo del oficio periodístico, de seguro alguna de esas cajitas de resonancia que habrán estudiado periodismo porque alguien les dijo que tenían bonita voz, o porque verificaron que el pensum no incluía matemáticas o estadística, donde uno de esos voceadores de frutas y hortalizas, en frecuencia modulada, le increpaba a uno de sus panelistas diciéndole que para qué explicar eso del presupuesto general de la nación por tratarse de un ladrillo.

Educados en la cultura del espectáculo, condicionados por el afán de repetir lo que otros han masticado con sus encías hasta cariarlo,  arrastrados y casi ahorcados a diario por la soga que arrastra entre sus patas cada chiva periodística, a estos esclavos de la noticia de última hora, a estos masturbadores de investigaciones inverosímiles que se encuentran en páginas de internet también inverosímiles, a estos lectores de noticias de periódicos, a estos nuevos justicieros con ínfulas de pontificadores y jueces, no se les pasa por sus cabezas que debieran usar para cosa distinta a la de calarse los audífonos, que el periodismo también puede servir para descomplejizar lo complejo y complejizar aquello que en apariencia no es complejo.

Volviendo al periodista de marras, o mejor, al lector de noticias de marras, para hacerle justicia y hacernos justicia, suponía que si el panelista explicaba algunos aspectos técnicos del presupuesto de la nación, la gente se le aburriría y se cambiaría de emisora, otra donde tal vez una corresponsal desde el exterior, con inflexión orgásmica le estaría explicando a julito, o a Darío, da igual, al fin son la misma perra pero con diferente guasca, los resultados de la investigación de no sé qué universidad según la cual, el grado de infidelidad en hombres y mujeres se determina según el tamaño del índice de la mano derecha, o del meñique del pie izquierdo.

Y qué tal si el periodista, en vez de calificar el análisis de su invitado como lo que en ese momento debiera estar pegando en hileras en el edificio de enfrente, como un ladrillo, le hubiera permitido explicarle su idea a la audiencia; si bien es cierto que en la mayoría de los casos los tecnócratas, los científicos, los quirománticos, los banqueros, los cardenales y los usurpadores hablan desde las nebulosas de sus experticias, no es menos cierto que el periodista, por elementales limitaciones humanas no sabe de todo, lo cual no es pretexto para no procurar orientar a sus audiencias, incluso en relación con aquellos temas que se antojan complejos, con mayor razón cuando el bien máximo de la comunicación no es la información en sí misma, sino facilitar la comprensión de los usuarios de medios.

A su vez las noticias son presentadas con toda la pompa de un acto cinematográfico, una especie de simulacro indefinido, un caleidoscopio con cientos de imágenes que se superponen unas con otras, un juego de espejos que repite una hiperrealidad caótica, un aluvión de adjetivos  para acelerar el pulso cardíaco como increíble, espectacular, sorprendente, impresionante, terrorífico, exclusivo; y como lo que nuestros periodistas no son capaces de explicar, mucho menos son capaces de complejizarlo.

La complejidad del periodismo no radica en la apropiación de técnicas sofisticadas para redactar noticias o reportajes, o en el aprestamiento de ciertas acrobacias secretas para modular la voz, que al fin de cuentas eso es de elemental carpintería; la complejidad del periodismo radica en la capacidad del comunicador para que sus audiencias comprendan lo que se les informa y que a partir de allí tomen decisiones, y en la honestidad y la ética con la que ejercen su oficio, lo cual a veces resulta más complejo que resolver un intrincado problema de cálculo diferencial. 

Friday, August 29, 2014

Mi hermano y yo

Por: Juan Simón Cancino Peña

En principio mi madre no me creyó, o simplemente se hizo la desentendida como mecanismo de defensa, pero cuando se lo grité después  de muchos intentos fallidos por herirla lo menos posible, tonta pretensión aquella, al fin me creyó y estalló en un llanto largo y espasmódico que me hizo sentir el menos digno de los seres humanos, y tuve el deseo que fuera mi hermano el que le estuviera dando esa noticia referida a mí, y no al revés.

Se llamaba Claudio David, y una puñalada le atravesó el tórax de arriba hacia abajo a sus 26 años; lo habían matado apenas comenzaba la tarde de ése 27 de diciembre por la misma razón por la que aún se sigue y se seguirá asesinando en éste país: por robarle lo que había ganado en ese albur del rebusque que empezara cuando aún sus ojos no miraban al mundo con ojos de adulto, y que consiste en comprar barato y vender más caro, leyes de la economía de libre mercado.

Al día siguiente, cuando aún no habían transcurrido veinticuatro horas desde que exhalara sus últimas oraciones para no caerse por la puerta trasera de esta carcocha que es la existencia, lo vi y me costó trabajo reconocerlo, pero una vez mis ojos se acostumbraron a su imagen,  así como se acostumbran a la claridad cuando hemos abandonado la oscuridad, recordé que al lado de ese cuerpo inerme que en otro tiempo fuera el de un montarás indomable, había pasado los mejores momentos de mi niñez.

Cuanto me habría gustado levantarlo de su catafalco para molernos a puños en una de esas peleas por acaparar el único televisor que había en la casa porque él quería ver Automan y yo MacGyver, o porque él era hincha de Nacional  y yo de Millonarios, e incluso, cuánto habría dado por verme a su lado al menos una vez más repartiendo trompadas, porque a su hermano del alma, un hijo de vecina le había dicho bizco hijueputa o cuatrojos.

Jamás supimos quién lo mató, como jamás muchos colombianos sabrán quién o quiénes fueron los asesinos de sus seres queridos, esos cientos de miles anónimos que se ha tragado la tierra, que no tienen un micrófono para hacer editoriales de 4 horas de la verdad al día y que no se cansan de usar su condición de víctimas para erigirse como héroes,  esos que ni siquiera hemos tenido la promesa de una investigación exhaustiva, esos que no seremos reconocidos como víctimas de la violencia en ninguna mesa de ninguna parte.

Hace una semana pensaba justo en ello en momentos en que los negociadores del gobierno y de la guerrilla les daban la cara a las víctimas del conflicto, y fue entonces cuando entendí que la verdad judicial es el hilo quirúrgico que permitirá suturar las heridas que ha dejado esta guerra de todos contra todos, y el perdón, nada más que el perdón, es la única pócima  que borrará las cicatrices del alma, incluyendo a las víctimas de la denominada violencia común, así no seamos tan visibles en este permanente aluvión que ha sido la guerra en Colombia

Ahora escucho de boca de quienes han cantado el canto inmarcesible de las guerras en Colombia que los militares no pueden sentarse cara a cara con los guerrilleros, porque ello contradice el principio de no deliberancia de quienes portan armas en defensa de la sociedad, además de atentar contra el honor marcial, y porque eso es poner en pie de lucha a terroristas deshonrosos con guerreros de alma de acero y templanza de franciscanos.   

Si los colombianos nos perdonamos entre todos, entonces los combatientes no tienen la autoridad moral para ser inferiores a ese juicio de la historia que es el perdón colectivo, y es por esa razón que desde este rincón hoy me pregunto: ¿de qué sirve el honor militar en una sociedad pauperizada por la guerra, acorralada por la corrupción, formada en la cultura del atajo, fascinada por los cantos de sirena de los fusiles y educada para morir convencidos que no hay un mañana después de mañana, y que si no somos buenos somos malos, como si eso fuera suficiente para definirnos y acusarnos los unos con y contra los otros.

Friday, August 01, 2014

Mariana, Yepes, gol y el charlatán

 
Por: Juan Simón Cancino Peña.  
Que fue gol de Mario Alberto Yepes contra Brasil, desde luego que sí, ¿o es que acaso alguien podría negarlo?  Que Mariana Pajón puede decir que fue gol de Yepes; por supuesto que sí, porque aunque parezca increíble tiene la razón porque la pelota entró, ¿O es que acaso alguien puede afirmar lo contrario, o rompió la red como decían los narradores de antaño con su vibrante tradición oral popular, esos que simplemente narraban y no presumían de hinchas insufribles, y así Pajón no tuviera la razón igual la asistiría el derecho de decirlo.
Que la jugada del gol de Yepes fue en fuera de lugar y por ende bien anulada, eso no hay quien lo niegue, y aunque parezca contradictorio y leguleyo, dicha afirmación es prosaicamente correcta, porque en el fútbol se anulan las jugadas de gol y no los goles, y ello a riesgo de que con justa causa también se me diga que cesada la causa, cesado el efecto; sin embargo bien por  Mario Alberto Yepes que ya tendrá para contarle a sus biógrafos y a sus nietos que hizo un gol en un mundial, pese a que la jugada previa fue invalidada, y mejor por Mariana Pajón, que haciendo gala de un sentido práctico de la razón se lo recordó al mundo, así hubiera mezclado arroz con mango y cubios con arequipe.
Que un ciudadano de a pie de esos que tejen ruanas en rústicos telares, o de aquellos que hacen informes que nunca nadie leerá, diga que Mariana Pajón puede decir lo que se le dé la gana porque está en otro nivel y además es un excelente ser humano, grandeeeeeee Mariana, quién te puede reprochar algo; eso está bien para el plomero de la esquina o el albañil de más allá, pero que lo diga un comentarista deportivo en una red social invita a la reflexión.
Para los efectos de esta columna, comentarista deportivo se define como el gritón que a menudo naufraga en las babas del océano de su conocimiento referido a todos los deportes que no supera el centímetro de profundidad, en el que en contadas ocasiones no naufraga, y que por si acaso, así no sea plenamente consciente de ello, funge como líder de opinión, aunque no todos, y valga la aclaración retórica y sí pedida por uno de mis más caros amigos.
Si aplicáramos a rajatabla el precepto del comentarista deportivo que aplaudió el desliz de Mariana Pajón, bajo el único pretexto que todo le está permitido a las estrellas porque simplemente son estrellas, entonces habríamos de creerle a James Rodríguez que el sol gira alrededor de la tierra si así lo afirmara porque patea un balón con cierta solvencia, o porque a algunas señoras autodenominadas como maduras se les antoja como el nuevo churro de la ternura.
La gente puede decir lo que le venga en gana, claro está, jugando billar en una cantinela de mala muerte o emborrachándose en un lupanar, pero no los periodistas en los medios de comunicación, sin importar que a veces la diferencia entre aquellos y estos sea casi que imperceptible, aunque no en todos los casos mi querido amigo, y de nuevo la aclaración retórica sí pedida, porque la responsabilidad del comunicador no es la de dejarse arrastrar por la turbamulta sino la de comprenderla en sus motivaciones y explicarle los hechos a sus audiencias.
Y mientras escribo esto, válgame Dios, una señora muy aseñorada de esas que tiene por oficio impartir condenas y decretar absoluciones a través de la radio con su lengua adobada en ácido de batería, acusa no sé a quiénes de bandidos y de hampones; incluso tengo la sensación por los gritos que vomita que se quedó cantando y comentando el gol de Yepes, y mejor apago la radio porque creo que sería mucho pedirle que en lugar de seguir cantando el gol me explicara el porqué de la invalidación de la jugada.

Wednesday, July 16, 2014

Volveremos, volveremos, volveremos otra vez

 
Por: Juan Simón Cancino Peña. 

Que los segundos se vuelvan eternidades repetidas y un para siempre quede convertido en un instante, que el televisor sea tres campos de batalla en una sola jornada, que los guerreros que pelean esas batallas  épicas tengan por únicas armas sus pies con los que esculpen ese grito llamado gol, que las lágrimas derramadas por un himno que jamás entenderemos sean un ritual de admiración, eso, y un millón de plegarias que se ahogan con un tiro en el palo, y otras tantas promesas que se hacen con el corazón en la boca, eso, eso es un mundial de fútbol.   

Cómo me habría gustado despertarme esta mañana en el cuento de Monterroso y comprobar que aún Arjen Robben estaba allí, con esa su pierna izquierda que parece el vendaval con el que zarandea el navío de sus rivales; y que  todavía estaban allí los alemanes con sus pases de metrónomo en tiempo de corcheas y Philipp Lahm con sus 48 pulmones y sus ojos de mosca que ven para todos lados.

Pero ya no escuché el murmullo ensordecedor de los argentinos rumoreando la marcial introducción del himno de su patria, como tampoco a los brasileros cantando el suyo  incluso cuando la pista había terminado como si por acuerdo tácito hubieran decidido alargar su agonía; ya nadie tenía la cara pintada a la espera de ese segundo de gloria en el que por fin la pantalla que tanto mirara de soslayo le regresaría su propia imagen repetida en cientos de millones de televisores alrededor del mundo, y tampoco estaban esos niños que tendrán 
para contarle a sus nietos que algún día salieron al campo de juego tomados de la mano de sus ídolos.

La historia cantará una de sus letanías a Colombia, ese país del extremo norte de Suramérica que luce como embutido a las volandas en el Pacífico y en el Atlántico, que por fin en Brasil 2014 habrá dejado de ser una anécdota en la historia de los mundiales, un inmarcesible relato de caídas sin levantadas, para ocupar el lugar del que recién aprende a balbucear el vocablo gloria.

Vendrán 47 meses sin mundial, que sin embargo no serán perdidos del todo, pues con la caída del telón regresarán a su país aquellos que rodeados de una caterva de beodos y frente a una cámara de televisión, esperaban que desde el estudio les dieran el cambio para preguntar aquello que ni el propio Marcel Proust  habría preguntado mejor: ¿Nombres y apellidos? ¿De qué ciudad vienen? Y ¿Cuál es su resultado para el partido?.

En Rusia rodará de nuevo el balón en 2018, y si como se dice es cierto ese refrán popular según el cual una situación negativa es apenas comparable con una semana sin carne, entonces no hay exageración en decir que no hay cosa más difícil que 47 meses sin mundial.  Y como el fútbol está hecho casi por entero de cosas bellas, siéndolo también aquellas que nos arrancan lágrimas de tristeza, nada raro  que el adolescente que ayer lloraba la derrota  en la favela más pobre de Brasil sea el próximo en levantar la copa para su país.    

Wednesday, February 26, 2014

Repensando la genialidad desde la práctica docente


 

Por: Juan Simón Cancino Peña.

En una de estas madrugadas trasiego por la sección de opinión de uno de los diarios de circulación nacional, y me topo a la sazón con una columna que lleva por título: El talento está... ¿quién lo riega?,  y seguido del titular aparece insinuante una bajada de título que me animó a la lectura y que reza así: El talento de niños y jóvenes colombianos abunda. Sin embargo, la escasez de acciones que articulen esfuerzos de familias, colegios y universidades no ayuda a desarrollarlo.

Y lo que creí sería un aporte valioso se convirtió de repente en una oda al señor Perogrullo, pues la columna siguió plañendo con lágrimas ya lloradas sobre los desastrosos resultados de los estudiantes colombianos en las pruebas Pisa, y no contento con ello el autor cerró su párrafo de introducción con la más solemne obviedad que declamó así como el más triste de los poetas refiriéndose a nuestros dirigentes: hacen contrapunto a una sociedad cuyos líderes no suelen valorar el conocimiento como fuente principal de creación de riqueza.

Punto seguido el columnista hizo mención a una iniciativa de algunos maestros que tiene el propósito de convocar a jóvenes talentos de cualquier condición social y económica a que se vinculen a la universidad dedicando esfuerzo adicional.  Cito textualmente los ejemplos de los que se vale el columnista para sustentar su argumentación: Un ejemplo entre, muchos, es el de Iván Felipe Rodríguez, cuya madre ha sido cabeza de hogar y cuyo abuelo promovió en él la curiosidad y la disciplina desde muy pequeño, alrededor de faenas tan simples como el aprendizaje de las tablas. A pesar de haber suspendido su carrera durante dos años, se gradúa a los 21 y emprenderá su doctorado en computación cuántica.

O el de Jonathan Steven Prieto, hijo de dos profesionales de la U. Distrital, que ingresó con 14 años al programa. Graduado en matemáticas a los 20 años, aficionado al dibujo y la música, iniciará doctorado en ciencias de la computación... O Stephany Moreno, hoy de 21, bióloga de los Andes que terminó su maestría (suma cum laude) en Holanda en biología evolutiva, ganadora del premio Unilever de investigación y que seguirá su doctorado en la U. de Groninga. Núñez, criado por su mamá en Barranca, bachiller del Diego Hernández de Gallegos, colegio público de intenso debate político, matemático de la Nacional, vallenatólogo, actual director de la Escuela de Matemáticas de la U. Sergio Arboleda, ve las matemáticas en dos planos: arte, rigor y belleza, por un lado; herramienta para la vida, por otro. No pretende localizar genios. Los talentos, dice, se despliegan con las oportunidades.

Es evidente que el autor de la columna sufre de la misma patología que aqueja a la mayoría de los malos profesores en Colombia, y que le produce trastornos a muchos de los magníficos maestros, patología que podríamos denominar como el síndrome de la adicción enfermiza a las ciencias exactas, y que tal vez encontraría la cura perfecta si se empieza a despertar una admiración similar por los excelentes estudiantes en áreas relacionadas con las ciencias sociales.

Supongamos que usted es un maestro que se encuentra en un aula con un estudiante evidentemente superior en áreas como química, física, biología, matemáticas; de seguro acudirá muy presto a recibir orientación para atender a un niño genial, de esos que tanto gusta en los noticieros de televisión cuando ya recitan las tablas de multiplicar del 2 al 18 a los 8 años, o se saben de memoria las capitales de todos los departamentos de la geografía nacional, y  que los colegios y sus maestros exhiben como verdaderos trofeos.

Son esos mismos maestros los que en la mayoría de las ocasiones son incapaces al extremo de la perplejidad cuando de valorar otro tipo de genialidades se trata, pues el liderazgo, la inteligencia verbal y escritural, la inteligencia ambiental y emocional, la habilidad para mediar en conflictos, las capacidades artísticas que brillan si acaso en las izadas de bandera y que son vistas como algo coyuntural o anecdótico, que al igual que muchas otras formas de la sapiencia no son tomadas en serio, siendo que para la vida en sociedad estos saberes resultarían tanto o más determinantes que haber terminado un doctorado en física cuántica a los veinte y tantos años.

También hay niños genios fuera de las llamadas ciencias duras, pero para entenderlo es necesario construir un pensamiento menos esotérico en relación con hacerse consciente desde la práctica docente que no es más hábil aquel que desarrolla una fórmula en cuestión de segundos o construye un artefacto genial, que aquel que comprende la realidad desde una perspectiva humanista.  Si los profesores continúan asumiendo el concepto de inteligencia desde los modelos tradicionales de enseñanza y aprendizaje, seguirán amarrando el gato con longaniza y potenciando por exclusivo a aquellos estudiantes que luego fungirán como la mano de obra calificada que requerirá el sector empresarial, una de las más grandes críticas de los maestros al modelo educativo en el que la educación es una mercancía, un bien de cambio y de uso, pero pocas veces un derecho, práctica que refuerzan a partir de la forma en cómo valoran y evalúan los talentos en los niños.  <> 

Thursday, February 13, 2014

El Olvido que Seremos

Escrito por Juan Simón Cancino Peña

Canta el bolero que la distancia es el olvido, y recita Jorge Luís Borges y lo replica Héctor Abad Faciolince en prosa que sólo olvido seremos al final de los tiempos.  Hay quienes dicen que olvidamos por salud mental y para no verle la cara al pasado con sus estrías y sus surcos, y hay otros que replican que si olvidamos el pasado estaremos condenados a repetirlo en el futuro, contradiciendo esa máxima según la cual todo tiempo pasado fue mejor.

Cómo olvidar que el Polo Democrático fue elector de Alejandro Ordóñez en su carrera por la Procuraduría General de la Nación, que Enrique Peñalosa en su aspiración de ser alcalde de Bogotá se inclinó ante el expresidente Uribe traicionando el ideario del Partido Verde, que Gustavo Petro fundó su propio movimiento ciudadano cuando en su partido no hicieron lo que se le vino en gana, que el inefable Roy Barreras ha cambiado de partidos y de convicciones tantas veces como de piel una serpiente y de pelo un zorrillo, y que en muchas regiones del país un voto vale lo mismo que la pólvora de una bala.

Así mismo no es posible olvidar que el nuevo rey de la tomatina que se dijo liberal en sus comienzos pese a que gobernó repartiendo azul de metileno y zurriago además de mermelada, y que luego fue la inspiración de esa colcha de retazos llamada Partido de la Unidad Nacional, ahora milita en el bautizado Centro Democrático, nombre evocador de Patio Bonito, sector enclavado en el suroccidente de Bogotá y conocido como el barrio de las dos mentiras, porque ni es patio ni es bonito.

 Cómo olvidar que Juan Manuel Santos también ha saltado de catre en catre en eso de la poligamia política, pues de ser ministro de comercio exterior del también liberal César Gaviria pasó a ser ministro de hacienda del conservador Andrés Pastrana, y terminó su carrera ministerial siendo el jefe de la cartera de defensa del rey de la tomatina durante el mandato del Partido de Unidad Nacional, el partido de las tres mentiras.

Si olvidar es el antídoto en contra de los recuerdos que llagan las almas, la memoria es la vacuna para recordar los plazos incumplidos, las falsas promesas, para no olvidar que prometer la construcción de puentes donde nunca hubo ríos con la consecuente promesa de construir también el río luego de descubierto el hierro, no es una fábula de Rafael Pombo, y que meterle candela a las montañas para sacar de allí a los bandoleros como cucarachas no es un cuento de bárbaras naciones sino una doctrina ideológica que se aplica figurada y literalmente.

Si yo fuera político desde el ejercicio de la política electoral tal vez me definiría como un populista radical, y a riesgo de que me metieran candela para sacarme como cucaracha de mis montañas ideológicas, propondría trocar los rangos salariales de los militares con los de los maestros, para que así hubiera maestros de tres soles con beneficios directamente proporcionales, y que a los militares se les evaluara periódicamente a fin de bajar de rango a los mediocres o expulsarlos de la institución castrense.

 Perdón por haber olvidado que no soy ni político ni populista radical, aunque tengo en mi favor que mis lectores de seguro lo olvidarán una vez borren este contenido del lugar donde se lo hayan encontrado y sobre todo de sus memorias.  Es difícil saber si olvidamos como mecanismo de defensa  o si acaso hacemos lo propio recordando, pero este presente ineluctable que pasa ante nuestros ojos nos exige elegir con criterio y plena consciencia a nuestros gobernantes, y así tal vez le daremos motivos a las generaciones venideras para que nos recuerden con cierta benevolencia, al menos por un tiempo, antes de convertirnos en lo único que seremos para siempre: olvido, solamente olvido, nada más que olvido.

Wednesday, January 29, 2014

La tecnócrata, la predicadora y los hipócritas.



Por: Juan Simón Cancino

"Contraten al que tiene discapacidad", dijo la tecnócrata de turno con su voz imperante de soldado raso recién ascendido a general.  Y en el polo opuesto de la vida pública, más nunca de la infamia y de la ignorancia,  la predicadora que dijo ser temida por su cara del otro lado del espejo, un tal belcebú, casi al tiempo decretaba que en el púlpito de esa su multinacional de la esquilmación de los peculios y del estupro de las consciencias, aquel que le faltare un ojo o una pierna, así ya hubiese sido vengado por la distributiva ley del talión de la que tanto se ufanan esas sagradas escrituras que profesa sin pudor, no podría subirse a predicar la tal palabra de Dios, un laberinto con muchas entradas y ninguna salida, comparable apenas con el ordenamiento jurídico de Colombia en el que leyes, normas, decretos, parágrafos y acápites se contradicen unos con otros a cada instante.

Los discursos y las convicciones de La tecnócrata y la predicadora responden a una forma estructural del pensamiento, a través de la cual las personas son instrumentalizadas o reducidas a determinados estereotipos en virtud de su funcionalidad más nunca de su plena condición de humanidad, al ser representadas bien como héroes o como encarnaciones del mal, lo cual resulta de fácil comprensión.

Cuando la tecnócrata ordena contratar al que tiene discapacidad, sin llamarlo por su nombre y apellidos, y sin previa revisión de sus méritos profesionales o personales, de seguro piensa en una cifra, en una estadística, de la que en su momento se ufanará ante el séquito de sus asesores y el ejército de sus superiores cuando le sea dado el momento de la rendición de cuentas, y entonces dirá que en ésa institución hay inclusión laboral efectiva de personas con discapacidad, y como si sólo de pan viviera el hombre, no faltará el señalado que disfrute de su momento de gloria, tal vez sin atreverse a deliberar respecto de que su condición de humanidad está muy por encima de las cuencas vacías, del nervio auditivo inservible o de las piernas y los brazos que se niegan a obedecer lo que el cerebro les ordena.

Y en el recinto de los aleluyas y de los amenes, allí donde los pirómanos de la fe invocan más al Diablo que a su Dios, un triste hombrecillo, con apenas más criterio que la silla de ruedas que lo lleva al cadalso, mira a la cámara con sus ojos alelados de borrego, y pontificando a su manera, señala que lo dicho por la predicadora es palabra de Dios, y si es palabra de Dios hay que obedecerla, más allá de si sus mandatos constriñen e libre desarrollo de la personalidad, si atentan contra los derechos fundamentales, o si sugieren una idea del amor de Dios donde hay seres humanos de primera y de segunda categoría.

La predicadora, en uso de su lenguaje somnoliento que no le daría para decir compadre cómpreme un coco ni porque Dios obrara un milagro en su inteligencia y en su viperina, confunde sin ruborizarse las causas de la consciencia con sus retorcidas percepciones de la estética y del qué dirán, a lo cual su grey de homínidos,  uno en conducta y media falange de frente, responden con sus aleluyas y sus amenes.

Y en el otro extremo, los pontífices de esas sectas disfrazadas de canales de televisión, estaciones de radio y periódicos, se desgarran sus vestiduras dizque de indignación por la discriminación de la predicadora, indignación que se tragarán con sus lágrimas y sus mocos cuando disfrazados de piraquive, los julitos no me cuelgue y los jorgealfredos lloren por las limosnas que en diciembre pedirán en nombre de esos que ahora defienden, para recordarnos que todo Colombia es una réplica a gran escala de la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional: un serpental de menesterosos y mendicantes.