Repensando la genialidad desde la práctica docente

Por: Juan Simón Cancino Peña.
En una de estas madrugadas trasiego por la sección de opinión de uno de los diarios de circulación nacional, y me topo a la sazón con una columna que lleva por título: El talento está... ¿quién lo riega?, y seguido del titular aparece insinuante una bajada de título que me animó a la lectura y que reza así: El talento de niños y jóvenes colombianos abunda. Sin embargo, la escasez de acciones que articulen esfuerzos de familias, colegios y universidades no ayuda a desarrollarlo.
Y lo que creí sería un aporte valioso se convirtió de repente en una oda al señor Perogrullo, pues la columna siguió plañendo con lágrimas ya lloradas sobre los desastrosos resultados de los estudiantes colombianos en las pruebas Pisa, y no contento con ello el autor cerró su párrafo de introducción con la más solemne obviedad que declamó así como el más triste de los poetas refiriéndose a nuestros dirigentes: hacen contrapunto a una sociedad cuyos líderes no suelen valorar el conocimiento como fuente principal de creación de riqueza.
Punto seguido el columnista hizo mención a una iniciativa de algunos maestros que tiene el propósito de convocar a jóvenes talentos de cualquier condición social y económica a que se vinculen a la universidad dedicando esfuerzo adicional. Cito textualmente los ejemplos de los que se vale el columnista para sustentar su argumentación: Un ejemplo entre, muchos, es el de Iván Felipe Rodríguez, cuya madre ha sido cabeza de hogar y cuyo abuelo promovió en él la curiosidad y la disciplina desde muy pequeño, alrededor de faenas tan simples como el aprendizaje de las tablas. A pesar de haber suspendido su carrera durante dos años, se gradúa a los 21 y emprenderá su doctorado en computación cuántica.
O el de Jonathan Steven Prieto, hijo de dos profesionales de la U. Distrital, que ingresó con 14 años al programa. Graduado en matemáticas a los 20 años, aficionado al dibujo y la música, iniciará doctorado en ciencias de la computación... O Stephany Moreno, hoy de 21, bióloga de los Andes que terminó su maestría (suma cum laude) en Holanda en biología evolutiva, ganadora del premio Unilever de investigación y que seguirá su doctorado en la U. de Groninga. Núñez, criado por su mamá en Barranca, bachiller del Diego Hernández de Gallegos, colegio público de intenso debate político, matemático de la Nacional, vallenatólogo, actual director de la Escuela de Matemáticas de la U. Sergio Arboleda, ve las matemáticas en dos planos: arte, rigor y belleza, por un lado; herramienta para la vida, por otro. No pretende localizar genios. Los talentos, dice, se despliegan con las oportunidades.
Es evidente que el autor de la columna sufre de la misma patología que aqueja a la mayoría de los malos profesores en Colombia, y que le produce trastornos a muchos de los magníficos maestros, patología que podríamos denominar como el síndrome de la adicción enfermiza a las ciencias exactas, y que tal vez encontraría la cura perfecta si se empieza a despertar una admiración similar por los excelentes estudiantes en áreas relacionadas con las ciencias sociales.
Supongamos que usted es un maestro que se encuentra en un aula con un estudiante evidentemente superior en áreas como química, física, biología, matemáticas; de seguro acudirá muy presto a recibir orientación para atender a un niño genial, de esos que tanto gusta en los noticieros de televisión cuando ya recitan las tablas de multiplicar del 2 al 18 a los 8 años, o se saben de memoria las capitales de todos los departamentos de la geografía nacional, y que los colegios y sus maestros exhiben como verdaderos trofeos.
Son esos mismos maestros los que en la mayoría de las ocasiones son incapaces al extremo de la perplejidad cuando de valorar otro tipo de genialidades se trata, pues el liderazgo, la inteligencia verbal y escritural, la inteligencia ambiental y emocional, la habilidad para mediar en conflictos, las capacidades artísticas que brillan si acaso en las izadas de bandera y que son vistas como algo coyuntural o anecdótico, que al igual que muchas otras formas de la sapiencia no son tomadas en serio, siendo que para la vida en sociedad estos saberes resultarían tanto o más determinantes que haber terminado un doctorado en física cuántica a los veinte y tantos años.
También hay niños genios fuera de las llamadas ciencias duras, pero para entenderlo es necesario construir un pensamiento menos esotérico en relación con hacerse consciente desde la práctica docente que no es más hábil aquel que desarrolla una fórmula en cuestión de segundos o construye un artefacto genial, que aquel que comprende la realidad desde una perspectiva humanista. Si los profesores continúan asumiendo el concepto de inteligencia desde los modelos tradicionales de enseñanza y aprendizaje, seguirán amarrando el gato con longaniza y potenciando por exclusivo a aquellos estudiantes que luego fungirán como la mano de obra calificada que requerirá el sector empresarial, una de las más grandes críticas de los maestros al modelo educativo en el que la educación es una mercancía, un bien de cambio y de uso, pero pocas veces un derecho, práctica que refuerzan a partir de la forma en cómo valoran y evalúan los talentos en los niños. <>


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