Francisco, por sus fobias lo conoceréis
Por: Juan Simón Cancino Peña
Ahora la tan misógina y homofóbica como apostólica, católica y romana anda de fiesta porque el cardenalato en pleno, esa especie de logia anacrónica, eligió con gran pompa al sucesor de Pedro y vicario del Cristo en la tierra, en secreta ceremonia cuyos detalles se sabrán una vez los lenguaraces purpurados así lo decidan, porque si para algo existen los pactos secretos es para romperlos, y de eso sí que saben desde los curas de pueblo y las monjas de clausura hasta los doctores de esos que tiene tantos la iglesia de Pedro.
Y la feligresía entre tanto celebra a rabiar eso mismo que celebra después de todos los cónclaves: que éste sí es un santo echo hombre, que ahora sí esa iglesia limosnera y derrochadora que vive del pan que otros se sacan de sus bocas retomará el camino de la austeridad al lado de los pobres, que vendrán las reformas acordes con los tiempos modernos para que las monjas impartan la comunión y los curas tengan de esas familias a las que se les va la vida enseñándoles cómo vivir en pareja desde sus púlpitos domingo tras domingo.
Es justamente ese estacionamiento de las consciencias en la moral tradicional el que le provee de cierto sentido a la iglesia, porque la fe existe como subsidiaria del culto y del mito pero nunca de la razón, porque creer en lo que no se ha visto es coartar el impulso natural a indagar, porque mantener el estatus quo es justificar la existencia de aquello que no se quiere cambiar, y porque los absolutos morales como los que le dan sentido doctrinal al catolicismo y a todas las religiones tienen el propósito que los seres humanos no cuestionen la realidad para transformarla, como no sea para profundizar y eternizar dicha doctrina.
Habrá que ver si el papa Francisco es un simple títere halado por las cuerdas invisibles del corrupto poder vaticano cumpliendo el publicitario papel de un comprensivo y temperado pastor de ovejas, o lo que resulta menos probable dado el poder acumulado por la agencia de publicidad de la fe más grande del mundo, que se trata de un verdadero misionero con la intención de construir una iglesia centrada en las ideas fundamentales de la posmodernidad, en donde el aporte de éticas emergentes, una ciudadanía deliberante, la diversidad humana en toda su intensidad y el libre examen sean parte de su cuerpo de doctrina.
Pero la iglesia no cambiará amparada en el principio de la infalibilidad del Dios arrogante que la inspiró, y por tanto seguirá siendo un sueño aplazado que los cardenales se casen entre ellos si se les da la gana, que a nadie se le juzgue por fornicar con quien quiera y cuantas veces se le antoje, que a las mujeres no se les condene por el ejercicio del derecho elemental al aborto independiente de cualquier consideración externa sobre sus cuerpos, y que la curia en pleno viva su humanidad sin la hipócrita entelequia de la santidad.
Tal vez la iglesia no necesita de un representante de su Dios en la tierra, que bastante bien haría con descender para que enderece todos los entuertos que su abulia ha provocado, eso en caso de existir, pues hoy como nunca antes la cristiandad requiere de un verdadero líder con la capacidad de deshacer los prejuicios y mentiras históricos en los que se cimientan la fe que preconiza, para que los imperativos de la moral que la dotan de sentido se ajusten al curso del libre pensamiento, para que las prácticas culturales emergentes sean entendidas como reales cosmovisiones y no como desviaciones perversas de anormales contrarios al curso de la naturaleza, y para que Dios deje de ser una amenaza so pena del castigo eterno para constituirse en una real esperanza de emancipación pero sobre esta tierra y en esta vida.
Ya lo enseñó el Cristo, el más mortal de los dioses, el más inmortal de los humanos, con la única manera de enseñar que no es otra que el ejemplo, que el papel de la iglesia, con vicarios o sin ellos, ya sean oportunistas o convencidos, consiste en la rebeldía de la consciencia y en comprender que el mundo no es una estructura dada e inmodificable porque está en permanente transformación por la fuerza de la cultura. Pero mientras ello ocurre, o en tanto llega el día del deicidio de todos los dioses lo cual aún sería mejor, en verdad os digo que nada atenta más contra la dignidad humana y la libertad en el pensar como la misma idea de la existencia de Dios.


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