CATALEJO

OPINION LIBRE PERMANENTE SOBRE EL DIA A DIA. AUTOR JUAN SIMON CANCINO PEÑA, COMUNICADOR PERIODISTA. BOGOTA COLOMBIA.

Friday, August 29, 2014

Mi hermano y yo

Por: Juan Simón Cancino Peña

En principio mi madre no me creyó, o simplemente se hizo la desentendida como mecanismo de defensa, pero cuando se lo grité después  de muchos intentos fallidos por herirla lo menos posible, tonta pretensión aquella, al fin me creyó y estalló en un llanto largo y espasmódico que me hizo sentir el menos digno de los seres humanos, y tuve el deseo que fuera mi hermano el que le estuviera dando esa noticia referida a mí, y no al revés.

Se llamaba Claudio David, y una puñalada le atravesó el tórax de arriba hacia abajo a sus 26 años; lo habían matado apenas comenzaba la tarde de ése 27 de diciembre por la misma razón por la que aún se sigue y se seguirá asesinando en éste país: por robarle lo que había ganado en ese albur del rebusque que empezara cuando aún sus ojos no miraban al mundo con ojos de adulto, y que consiste en comprar barato y vender más caro, leyes de la economía de libre mercado.

Al día siguiente, cuando aún no habían transcurrido veinticuatro horas desde que exhalara sus últimas oraciones para no caerse por la puerta trasera de esta carcocha que es la existencia, lo vi y me costó trabajo reconocerlo, pero una vez mis ojos se acostumbraron a su imagen,  así como se acostumbran a la claridad cuando hemos abandonado la oscuridad, recordé que al lado de ese cuerpo inerme que en otro tiempo fuera el de un montarás indomable, había pasado los mejores momentos de mi niñez.

Cuanto me habría gustado levantarlo de su catafalco para molernos a puños en una de esas peleas por acaparar el único televisor que había en la casa porque él quería ver Automan y yo MacGyver, o porque él era hincha de Nacional  y yo de Millonarios, e incluso, cuánto habría dado por verme a su lado al menos una vez más repartiendo trompadas, porque a su hermano del alma, un hijo de vecina le había dicho bizco hijueputa o cuatrojos.

Jamás supimos quién lo mató, como jamás muchos colombianos sabrán quién o quiénes fueron los asesinos de sus seres queridos, esos cientos de miles anónimos que se ha tragado la tierra, que no tienen un micrófono para hacer editoriales de 4 horas de la verdad al día y que no se cansan de usar su condición de víctimas para erigirse como héroes,  esos que ni siquiera hemos tenido la promesa de una investigación exhaustiva, esos que no seremos reconocidos como víctimas de la violencia en ninguna mesa de ninguna parte.

Hace una semana pensaba justo en ello en momentos en que los negociadores del gobierno y de la guerrilla les daban la cara a las víctimas del conflicto, y fue entonces cuando entendí que la verdad judicial es el hilo quirúrgico que permitirá suturar las heridas que ha dejado esta guerra de todos contra todos, y el perdón, nada más que el perdón, es la única pócima  que borrará las cicatrices del alma, incluyendo a las víctimas de la denominada violencia común, así no seamos tan visibles en este permanente aluvión que ha sido la guerra en Colombia

Ahora escucho de boca de quienes han cantado el canto inmarcesible de las guerras en Colombia que los militares no pueden sentarse cara a cara con los guerrilleros, porque ello contradice el principio de no deliberancia de quienes portan armas en defensa de la sociedad, además de atentar contra el honor marcial, y porque eso es poner en pie de lucha a terroristas deshonrosos con guerreros de alma de acero y templanza de franciscanos.   

Si los colombianos nos perdonamos entre todos, entonces los combatientes no tienen la autoridad moral para ser inferiores a ese juicio de la historia que es el perdón colectivo, y es por esa razón que desde este rincón hoy me pregunto: ¿de qué sirve el honor militar en una sociedad pauperizada por la guerra, acorralada por la corrupción, formada en la cultura del atajo, fascinada por los cantos de sirena de los fusiles y educada para morir convencidos que no hay un mañana después de mañana, y que si no somos buenos somos malos, como si eso fuera suficiente para definirnos y acusarnos los unos con y contra los otros.

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