Vericuetos de la paz
Centenares de estudios lingüísticos fantásticos saldrían de la hermenéutica de la guerra, que de seguro permitirían descubrir esos millares de fantasmas y frustraciones que se esconden de tras de cada una de las palabras que pronunciamos, y que son tan irrepetibles como las vetas sinuosas de las huellas decadactilares o como el intrincado ADN que ha prefigurado la arquitectura de nuestros cuerpos y que nos hace únicos, incluida la del arma mortal más poderosa que nos fue dada: la lengua.
En cada vericueto de ese laberinto sin salida que es la internet, oigo y escucho a propósito del Marco Jurídico para la Paz, que de ninguna manera éste puede propiciar la igualdad jurídica de guerrilleros y soldados en lo relacionado con la comisión de crímenes en contra de la humanidad, pues según dicen, mientras los primeros son armas indómitas para matar y actúan bajo una doctrina determinada y un mando unificado, los segundos cuando han procedido en idéntico sentido son manzanas podridas que han traicionado la doctrina.
Pero como a las víctimas no les interesa enredarse en esas minucias, porque es tan víctima el que muere de un tiro de gracia en la nuca propiciado por un guerrillero como el que muere por un bombardeo indiscriminado de la Fuerza Aérea, y como la muerte no distingue entre armas legales e ilegales, valdría decir que es tan criminal el alto mando del ejército como el secretariado de las FARC cuando en eso de matar de manera sistemática se han puesto de acuerdo, más allá de la perorata esa de que unos defienden la institucionalidad y los otros la confrontan.
Al igual que en cualquier cuerpo armado, se supone que en principio sus miembros actúan bajo unos principios doctrinales, y que son escogidos para la guerra en virtud de sus atributos; ello quiere decir que si un soldado de Colombia, portando su uniforme y su dotación decide violar y asesinar a tres niñas, no se trata de una manzana podrida, porque ha sido responsabilidad del alto mando conferirle la autoridad que detenta, y la idoneidad para su ejercicio que es el resultado de un procedimiento institucional no implica un compromiso individual sino una responsabilidad de cuerpo.
Así pues que ese cuento de las manzanas podridas o de las ovejas descarriadas que les sirve a los llamados sofísticamente héroes de la patria como justificación moral para que las responsabilidades sean individuales y no colectivas para el caso de crímenes de lesa humanidad, bien podría aplicarse para las FARC con idéntico argumento, pues podríamos decir que esa es una organización guerrerista de enorme respetabilidad cuya doctrina subversiva ha sido distorsionada por algunas manzanas podridas.
Así como los grupos guerrilleros son responsables de la guerra que hoy libra Colombia, también lo son las fuerzas militares, y porque así como en la guerrilla la base de sus combatientes son colombianos miserables, no lo son menos que los miles de jóvenes sin esperanza que engrosan las filas del ejército, y a quienes adoctrinan como perros de presa para venderles la falsa ilusión de su heroísmo patriótico como inspiración de su lucha, y que son alimentados en el odio en contra de todo aquello que confronte el Status Quo.
Cuántos de esos pirómanos de las palabras y las ideas que piden a gritos que le metan candela a las montañas para sacar de allí a los guerrilleros como hormigas, se han detenido a pensar si el establecimiento de verdad no es responsable de muchas de las llagas del conflicto colombiano, o si los dotes de héroes de la patria que se le confiere a esos señores de verde oliva son el resultado de una idealización irracional fundada en la efectividad de discursos de dominación, que abusan de su posición de poder. A mi juicio la paz en Colombia no será posible hasta que los matones de ambos bandos, tanto los que desfilan en medio de tanta pompa en las fiestas patrias como los que se refugian en las cavernas del discurso del viejo comunismo no les pidan perdón a sus víctimas.


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