El Olvido que Seremos
Escrito por Juan Simón Cancino Peña
Canta el bolero que la distancia es el olvido, y recita Jorge Luís Borges y lo replica Héctor Abad Faciolince en prosa que sólo olvido seremos al final de los tiempos. Hay quienes dicen que olvidamos por salud mental y para no verle la cara al pasado con sus estrías y sus surcos, y hay otros que replican que si olvidamos el pasado estaremos condenados a repetirlo en el futuro, contradiciendo esa máxima según la cual todo tiempo pasado fue mejor.
Cómo olvidar que el Polo Democrático fue elector de Alejandro Ordóñez en su carrera por la Procuraduría General de la Nación, que Enrique Peñalosa en su aspiración de ser alcalde de Bogotá se inclinó ante el expresidente Uribe traicionando el ideario del Partido Verde, que Gustavo Petro fundó su propio movimiento ciudadano cuando en su partido no hicieron lo que se le vino en gana, que el inefable Roy Barreras ha cambiado de partidos y de convicciones tantas veces como de piel una serpiente y de pelo un zorrillo, y que en muchas regiones del país un voto vale lo mismo que la pólvora de una bala.
Así mismo no es posible olvidar que el nuevo rey de la tomatina que se dijo liberal en sus comienzos pese a que gobernó repartiendo azul de metileno y zurriago además de mermelada, y que luego fue la inspiración de esa colcha de retazos llamada Partido de la Unidad Nacional, ahora milita en el bautizado Centro Democrático, nombre evocador de Patio Bonito, sector enclavado en el suroccidente de Bogotá y conocido como el barrio de las dos mentiras, porque ni es patio ni es bonito.
Cómo olvidar que Juan Manuel Santos también ha saltado de catre en catre en eso de la poligamia política, pues de ser ministro de comercio exterior del también liberal César Gaviria pasó a ser ministro de hacienda del conservador Andrés Pastrana, y terminó su carrera ministerial siendo el jefe de la cartera de defensa del rey de la tomatina durante el mandato del Partido de Unidad Nacional, el partido de las tres mentiras.
Si olvidar es el antídoto en contra de los recuerdos que llagan las almas, la memoria es la vacuna para recordar los plazos incumplidos, las falsas promesas, para no olvidar que prometer la construcción de puentes donde nunca hubo ríos con la consecuente promesa de construir también el río luego de descubierto el hierro, no es una fábula de Rafael Pombo, y que meterle candela a las montañas para sacar de allí a los bandoleros como cucarachas no es un cuento de bárbaras naciones sino una doctrina ideológica que se aplica figurada y literalmente.
Si yo fuera político desde el ejercicio de la política electoral tal vez me definiría como un populista radical, y a riesgo de que me metieran candela para sacarme como cucaracha de mis montañas ideológicas, propondría trocar los rangos salariales de los militares con los de los maestros, para que así hubiera maestros de tres soles con beneficios directamente proporcionales, y que a los militares se les evaluara periódicamente a fin de bajar de rango a los mediocres o expulsarlos de la institución castrense.
Perdón por haber olvidado que no soy ni político ni populista radical, aunque tengo en mi favor que mis lectores de seguro lo olvidarán una vez borren este contenido del lugar donde se lo hayan encontrado y sobre todo de sus memorias. Es difícil saber si olvidamos como mecanismo de defensa o si acaso hacemos lo propio recordando, pero este presente ineluctable que pasa ante nuestros ojos nos exige elegir con criterio y plena consciencia a nuestros gobernantes, y así tal vez le daremos motivos a las generaciones venideras para que nos recuerden con cierta benevolencia, al menos por un tiempo, antes de convertirnos en lo único que seremos para siempre: olvido, solamente olvido, nada más que olvido.


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