Huelga hormonal
En un abrir y cerrar de piernas.
Cansadas las pereiranas de que se les acusara por abrir las piernas compulsivamente, les brindó el destino una inmejorable oportunidad para hacer gala de todo lo contrario. Algunas de ellas en lisistrática acometida, y para controlar los impulsos de sus bellacos consortes en las habilidades de procurarse su sustento por arte de birlibirloque en las casas o bolsillos de los incautos risaraldenses, decidieron cerrar sus piernas y privarlos de los placeres coitales hasta tanto no cejaran en sus impulsos cleptomaniacos.
La pintoresca y emancipadora propuesta nos recuerda al poeta y autor de comedias griego Aristófanes, creador de “Lisístrata”, (mujer que divide ejércitos), pieza teatral en donde de forma satírica el pensador relata, cómo las mujeres de Atenas y esparta, cansadas de que sus esposos fueran a la guerra, decidieron entregarse al celibato, obteniendo como resultado el que los bandos acallaran las armas e hicieran la paz, a despecho del inveterado y solitario culto al bíblico Onán.
Al igual que en la Grecia antigua, en la Pereira esnobista del siglo XXI la encerrona estrogénica cumplió a cabalidad con su cometido, y no pasó mucho tiempo antes de que cerca de 20 constreñidos barones, manos en los bolsillos, cara pegada al suelo y dóciles como un pavo en la cena de navidad, se declararan compungidos y prestos a darle rienda suelta a su satiriasis, y con el compromiso sagrado de no hacer sufrir más a sus doncellas.
La huelga de piernas cruzadas, fue propuesta hace algunos años por Manuel José Bonet, otrora comandante de las Fuerzas Armadas de Colombia, quien en aleccionador tono filosofal, exhortara a concubinas, esposas, novias y similares de los violentos, para que en beneficio de la patria, cerraran las piernas y reprimieran la libido hasta tanto sus compañeros sentimentales depusieran las armas, y decidieran hacer el amor y no la guerra, parafraseando el paradigma de la paz perpetua y el amor libre.
Bien lo decía Pablo Coelho en “Brida”, cuando afirmaba que el sexo es una de las fuerzas que a movido al mundo, o si no que lo desmienta el emperador Marco Antonio, cuando su amor frenético por Cleopatra reina de Egipto, lo llevó a dividir al imperio romano y a perder su vida, al empalarse con su propia espada; o rasputín en la Rusia zarista, de quien se decía que gracias a sus atributos de protomacho, rendía a sus pies desde la zarina hasta las cortesanas, convirtiéndose en el poder real detrás del poder .
Si nos sinceramos un poco y dejamos a un lado la vergüenza al manido qué dirán, que levante la mano y tire la primera piedra, aquel que no haya caído rendido ante los encantos de una fémina, que no haya cedido a todos sus caprichos, e incluso que haya obrado en contra de sus principios de macho latino heredados de las tierras de nuestros conspicuos conquistadores con tal de complacerlas, no importa si en ello se va una quincena entera, o empeñamos nuestros más preciados tesoros materiales.
Cuanto cambiaría el país, si reinitas y modelos de ocasión, hicieran lo propio con tanto traqueto hasta que no mandaran un kilo más de alucinógenos, o que las esposas de políticos corruptos, militares abusivos, guerrilleros de pigmeos ideales, estupradores y pedofílicos se rehusaran a darle rienda suelta a los placeres de la carne, hasta que sus compañeros resarcieran a sus victimas de sus felonías.
Más allá de lo anecdótico y risible que nos resulte la huelga de piernas cruzadas, de trasfondo hay una demostración irrebatible de que si se pueden cambiar conductas que resultan nocivas para la sociedad, sin atropellar la integridad física o las creencias de los individuos. Ojalá lográramos un mundo, pletórico de hombres satisfechos en la cama y carente de testosterónicas demostraciones de valentía y violencia. Y si ha de ser para bien de esta sociedad, ¡que viva la holgazanería femenina!.
Cansadas las pereiranas de que se les acusara por abrir las piernas compulsivamente, les brindó el destino una inmejorable oportunidad para hacer gala de todo lo contrario. Algunas de ellas en lisistrática acometida, y para controlar los impulsos de sus bellacos consortes en las habilidades de procurarse su sustento por arte de birlibirloque en las casas o bolsillos de los incautos risaraldenses, decidieron cerrar sus piernas y privarlos de los placeres coitales hasta tanto no cejaran en sus impulsos cleptomaniacos.
La pintoresca y emancipadora propuesta nos recuerda al poeta y autor de comedias griego Aristófanes, creador de “Lisístrata”, (mujer que divide ejércitos), pieza teatral en donde de forma satírica el pensador relata, cómo las mujeres de Atenas y esparta, cansadas de que sus esposos fueran a la guerra, decidieron entregarse al celibato, obteniendo como resultado el que los bandos acallaran las armas e hicieran la paz, a despecho del inveterado y solitario culto al bíblico Onán.
Al igual que en la Grecia antigua, en la Pereira esnobista del siglo XXI la encerrona estrogénica cumplió a cabalidad con su cometido, y no pasó mucho tiempo antes de que cerca de 20 constreñidos barones, manos en los bolsillos, cara pegada al suelo y dóciles como un pavo en la cena de navidad, se declararan compungidos y prestos a darle rienda suelta a su satiriasis, y con el compromiso sagrado de no hacer sufrir más a sus doncellas.
La huelga de piernas cruzadas, fue propuesta hace algunos años por Manuel José Bonet, otrora comandante de las Fuerzas Armadas de Colombia, quien en aleccionador tono filosofal, exhortara a concubinas, esposas, novias y similares de los violentos, para que en beneficio de la patria, cerraran las piernas y reprimieran la libido hasta tanto sus compañeros sentimentales depusieran las armas, y decidieran hacer el amor y no la guerra, parafraseando el paradigma de la paz perpetua y el amor libre.
Bien lo decía Pablo Coelho en “Brida”, cuando afirmaba que el sexo es una de las fuerzas que a movido al mundo, o si no que lo desmienta el emperador Marco Antonio, cuando su amor frenético por Cleopatra reina de Egipto, lo llevó a dividir al imperio romano y a perder su vida, al empalarse con su propia espada; o rasputín en la Rusia zarista, de quien se decía que gracias a sus atributos de protomacho, rendía a sus pies desde la zarina hasta las cortesanas, convirtiéndose en el poder real detrás del poder .
Si nos sinceramos un poco y dejamos a un lado la vergüenza al manido qué dirán, que levante la mano y tire la primera piedra, aquel que no haya caído rendido ante los encantos de una fémina, que no haya cedido a todos sus caprichos, e incluso que haya obrado en contra de sus principios de macho latino heredados de las tierras de nuestros conspicuos conquistadores con tal de complacerlas, no importa si en ello se va una quincena entera, o empeñamos nuestros más preciados tesoros materiales.
Cuanto cambiaría el país, si reinitas y modelos de ocasión, hicieran lo propio con tanto traqueto hasta que no mandaran un kilo más de alucinógenos, o que las esposas de políticos corruptos, militares abusivos, guerrilleros de pigmeos ideales, estupradores y pedofílicos se rehusaran a darle rienda suelta a los placeres de la carne, hasta que sus compañeros resarcieran a sus victimas de sus felonías.
Más allá de lo anecdótico y risible que nos resulte la huelga de piernas cruzadas, de trasfondo hay una demostración irrebatible de que si se pueden cambiar conductas que resultan nocivas para la sociedad, sin atropellar la integridad física o las creencias de los individuos. Ojalá lográramos un mundo, pletórico de hombres satisfechos en la cama y carente de testosterónicas demostraciones de valentía y violencia. Y si ha de ser para bien de esta sociedad, ¡que viva la holgazanería femenina!.
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