CATALEJO

OPINION LIBRE PERMANENTE SOBRE EL DIA A DIA. AUTOR JUAN SIMON CANCINO PEÑA, COMUNICADOR PERIODISTA. BOGOTA COLOMBIA.

Wednesday, July 26, 2006

Capital humano



¿Y LA BONDAD PARA QUÉ?

“Damas y caballeros muy buenos días: de antemano le ofrezco excusas a todo aquel que venga leyendo, escuchando música, durmiendo, dialogando o simplemente meditando. Señoras y señores, la verdad es que en este país se han frustrado muchos intentos por hacer la Paz y ninguno de ellos ha dado resultados favorables. Hoy les ofrezco este simple detalle como símbolo para que entre todos empecemos a construir una patria mejor. La colaboración es voluntaria, y el dinero que ustedes me dan es para ayudar en las necesidades de la casa y para terminar de pagarme mis estudios: que Dios los bendiga y muchas gracias”.

Palabras más palabras menos, esa era la diatriba que una niña recitaba en uno de los tantos buses y busetas del transporte público que circula por las calles de Bogotá. Con su cara pintada al estilo mimo, sabrá el Sagrado Corazón de Jesús por qué adulto consciente de los resultados económicos favorables que puede obtener un diño bien adoctrinado o amenazado, quien sabe si con la intención de que inspirara lástima o hilaridad. La pequeña terminaba su ritual en el milenario arte de ablandar corazones, poniendo en la solapa de los trajes de los pasajeros, una carita feliz de papel adhesivo color amarillo con fondo negro, como si con ello le rindiera culto a la ironía.

La reconstrucción nacional, los frustrados diálogos en San Vicente del Caguán, el proceso de paz en curso con los paramilitares, la violencia atávica a la que se ha enfrentado por años el pueblo colombiano y un sinnúmero de situaciones por el estilo, iban siendo mencionadas por la niña, que bien darían para un cinco aclamado en una clase de sociales o historia patria en cualquier escuela de la ciudad, y si bien el conocimiento tiene su precio, esta resulta ser una forma dolorosa de comprobarlo.

Tan pronto como la niña terminó su muy bien aprendida invectiva, una pequeña porción de habitantes del segundo país más feliz del planeta, según un felicidómetro que se inventaron quien sabe donde y que nadie ha visto todavía, aplaudió a rabiar para congraciarse con el vicecampeonato a la alegría y la chacota, a la usanza de cómo se festejaban los discursos del caudillo liberal allá por las calendas de los cuarentas en la parca Bogotá de entonces.

Lo que resultó difícil de comprender fue el motivo por el cual aplaudió la gente; será que quizás hay en nuestros días, personas que consideran el trabajo infantil como algo digno de celebrar y promover; o acaso quienes aplaudieron lo hicieron dándole gracias a Dios, porque eran los de otros y no sus hijos quienes se sometían a la misericordia colectiva; no falta el que ofrece unas cuantas monedas tal y como lo hace en la iglesia, en el propósito de expiar algunas faltas menores, o como cuota inicial de una cómoda parcela en el cielo.

Ofrecerle limosna a un niño para mitigar sus necesidades, es tanto como si pretendiéramos quitarnos una discapacidad visual lavándonos LOS OJOS con un jabón mágico que un desconocido nos vendiera, o como si para curarnos una fiebre cambiáramos el tendido de cama y no fuéramos al médico. Acaso nos detenemos a pensar por un segundo a manos de quienes van a parar nuestras limosnas dadas a los niños, o acaso creemos que la mayoría se expone a la calle por diversión o con plena conciencia de aquello a lo que se enfrentan.

Una limosna pocas veces es una buena razón, por lo general actos similares, conducen al engrase de un complejo engranaje social, cuyas partes funcionan mejor en la medida que se les aceita con el lubricante del dinero fácil, hasta que su maquinaria está tan bien sincronizada que ya es casi imposible detenerla y desarticularla. La caridad mal comprendida también se viste con ropas atractivas y rostros deslumbrantes, y que mejor para tal propósito, que las personas con discapacidades, los adultos mayores y desde luego, los niños y las niñas.,

Un niño que trabaja y más aún vendiendo chucherías en la calle o pidiendo limosna de esquina en esquina, es un capital humano difícilmente renovable, es descargar sobre sus hombros la responsabilidad de darles a los nuestros con el trabajo lo que más les conviene y que solo nos compete a los adultos. Los niños no están para arreglar el mundo, así jueguen a que lo hacen, los niños no están para trabajar, así a muchos les cueste trabajo entenderlo. JSC

Friday, July 14, 2006

Volver a ser



Más que niñerías

He de confesar que la primera vez que vi un reality en televisión me entusiasmé de tal forma, que lo seguí con estoica determinación. Me sabía los nombres de todos los participantes, los chismorreos y cotilleos de los protagonistas me generaban tal expectativa, que me tomaba sus desenlaces como algo trascendental.
Los domingos por la noche cuando uno de los concursantes era eliminado como resultado de una serie de pruebas que tenían lugar en el curso de la semana, me concentraba frente a la pantalla del televisor con tal disciplina y emoción, que ni “los escarabajos” colombianos me generaban cuando en las madrugadas de mi niñez escuchaba en un viejo radio transistor como los pedalazos forjados con la papa y la panela del altiplano cundiboyacense los llevaban a cruzar de primeros en los alpes franceses.

Con el paso de los años, una nutrida y variada oferta de programas en formato de reality ha llegado a la televisión colombiana, y es que los ha habido para todos los gustos: para escoger a futbolistas, actrices y actores, cantantes, presentadores de televisión, a administradores de fincas, al más impetuoso para defenderse en el monte en las más austeras condiciones de vida, al mejor marido o partido o como lo quieran llamar, y hasta quieren escoger la pareja perfecta entre una modelo de catalogo y un brillante estudiante, en el que gracias a una mutua y cómplice transmisión de conocimiento termine ella sabiendo de física nuclear y el de glamour y moda, y uno de los más recientes, pretende en un estilo seudo marxista poner en escena una burda recreación de la lucha de clases.

Pero cuando la saturación y aburrimiento por la banalidad y la construcción de imaginarios errados que promueven estos proyectos en los que se maltrata en forma permanente la condición humana superaba la paciencia de un monje benedictino, me encontré con una grata sorpresa: si, eran ellos, con sus caritas de inocencia y sus miradas transparentes como las aguas de los lagos de un cuento de hadas. Eran niños y niñas luchando por hacer realidad sus sueños, y los había blancos, negros, trigueños, del sur, del norte, del oriente y del occidente, ricos y pobres, de clase media y también campesinos, jugando y cantando revueltos, sin protagonizar melodramas intrascendentes porque uno había mirado mal a otro.

Resultaba conmovedor ver como los ganadores no se atrevían a celebrar sus triunfos con desmesurada emoción, por respeto con los perdedores, enseñándonos que la grandeza cuando se pierde o se gana es una promesa posible de cumplir. Un niño dijo que para que su compañero no llorara más estaba dispuesto a cederle su triunfo, y otro manifestó que lo ideal sería que todos ganaran, una chiquilla de no más de ocho años, se acercó llorando ante los jurados, reconocidos músicos y cantantes de Colombia y luego de abrazarlos con evidente ternura los exhortó a que no pelearan porque cuando lo hacían ella se ponía muy triste y lloraba, en una soberbia demostración de cómo se da una lección de vida.

Imaginémonos por un momento viviendo como niños y niñas, como los hermanos que se pelean declarándose enemigos acérrimos y a los pocos segundos se están abrazando y jugando mientras las desavenencias se pierden en la telaraña de las cosas olvidadas yéndose tan pronto como llegan; sin calcular con la frialdad de la adultez, la forma más adecuada para manipular, explotar y así obtener de otros lo que queremos sin importar el daño que causamos. Si bien lo dicho resulta de un idealismo ingenuo en extremo, queda el dulce sabor de boca, de que si es posible aprender de los niños, frase tantas veces dicha y hasta obvia, pero no por ello tenida en cuenta en demasía y mucho menos practicada con obstinación.

Y si bien es cierto que resulta agradable imaginarse viviendo como niños, lo que no es atractivo del todo es imaginar como serán los realitys que en el futuro les tocará presenciar a los infantes: acaso habrá magníficas casas estudio, con compartimientos especialmente diseñados para someter a los concursantes a pruebas extremas de frío o calor; tampoco es descartable del todo, la idea de que se intente escoger al mejor científico del mundo con el beneplácito de la teleaudíencia mundial, en el que el ganador será aquel que en el menor tiempo extraiga el cerebro de un humano para implantárselo a un orangután y así cumplir el sueño de Hitler, con un ejercito perfecto de fuerza superior y total dependencia por sus amos.

Ver a los niños cantando, mostrando su talento y su limpieza para hacer las cosas, nos permite soñar con la idea de que los medios se apartarán de pronto un poco de ese utilitarismo recurrente, en el que los pequeños son noticia cuando resultan victima de algún delito, o cuando a los cuatro años se saben todas las capitales de departamento. No es un llamado para que se oculte la violencia en contra de ellos, es tenerlos en cuenta en todas las circunstancias: cuando su dignidad es vulnerada, pero también cuando simplemente son niños, tampoco convertirlos en ciudadanos de segunda con el prurito de que son el futuro de la patria como si el cumplimiento en el respeto por sus derechos fuera una obligación postergable, cuando no hay un presente más valioso que ellos mismos, y entender que lo que para nosotros resultan problemas tontos de “mocosos” para ellos son grandes dilemas; porque algún día también fuimos como ellos, y si la vida nos lo permite, algún día volveremos a comportarnos de cierta forma como niños. <>

Friday, July 07, 2006

Opinion




Acerca del balón
Juan Simón Cancino Peña

Llegó a su fin la edición 18 en la historia de los campeonatos mundiales de fútbol, treinta días que para quienes nos deleitamos con este popular deporte, pasaron tan rápido como una alucinante ensoñación.
En la memoria de los aficionados quedarán para la posteridad, las maduras gambetas del sobrio Zidane, la perseverancia felina del italiano Genaro Gatusso, las incontenibles lágrimas de David Beckan tras su lesión en el duelo entre Inglaterra y Portugal, y la frustración de quienes nos quedamos esperando la magia de Ronaldinho y su corte de penta campeones.
Mientras tanto esperaremos pacientes hasta dentro de 47 meses, hasta que Sudáfrica le abra sus puertas al mundo, y nos permita ver algo de su cultura y un mundial más del “jogo bonito” como dicen en Brasil.

Hay quienes critican y con justa razón, todo ese entorno sórdido que se vive alrededor del fútbol de alta competencia: las extravagantes cifras que los más poderosos clubes del mundo pagan por los derechos deportivos de los dueños del talento con un balón en los pies, el despliegue de los medios de comunicación haciendo noticia de los hechos más triviales en el entorno del juego, y la publicidad desmesurada que a veces ridiculiza al deporte más popular del mundo, mostrando a los jugadores como a extraterrestres libres de cualquier condicionamiento biológico que les impone el hecho de ser seres humanos, o como a maniquíes de feria aptos de ser comprados por el mejor postor.

No obstante vienen a mi memoria dos escenas relacionadas con el fútbol que me recuerdan que este deporte tiene tanto de humano como de divino. En la primera ronda del mundial de Francia 98, se enfrentaron las selecciones de Irán y de Estados Unidos, dos naciones que por esos avatares de la geopolítica contemporánea internacional se declaran como enemigos irreconciliables.
La verdad no recuerdo cual fue el resultado final del partido, solo tengo presente los once ramos de rosas entregados por los asiáticos a los norteamericanos segundos antes del pitazo inicial, dándonos la sensación por un corto instante, de que al final del túnel si es factible evitar una no agradable lluvia ácida de la que solo sobrevivirían las cucarachas como único testimonio de que en este planeta azul alguna vez hubo vida y no se hasta donde inteligente.

En 1982 Inglaterra y Argentina fueron protagonistas de una confrontación bélica por el dominio territorial de las islas Malvinas, que finalmente permitió a los europeos anexarse una porción adicional del planeta. Cuatro años después se repitió el duelo en México pero en una cancha de fútbol. Ese día los argentinos eliminaron a los ingleses en cuartos de final, el mismo día del gol con la mano de Maradona, el mismo día cuando “el pelusa” avanzó desde terreno propio con la pelota pegada a su botín izquierdo en una zigzagueante carrera y eludiendo a siete rivales anotó uno de los goles más memorables en la historia de los mundiales: los suramericanos habían cobrado venganza de su derrota militar, sin dejar bajas en las filas rivales, sin hombres y mujeres desplazados por las bombas lloviendo del cielo.

Todo en el curso de la existencia humana es susceptible de ser analizado desde múltiples perspectivas y por supuesto que el balompié no está al margen de este condicionamiento; es así que en la actualidad en Italia, una de las ligas más costosas del mundo, está en curso una enorme polémica porque dos de los clubes más representativos de ese país, El Milán y La Juventus, se encuentran adportas de perder sus credenciales para jugar en la primera división por escándalos relacionados con la compra de árbitros, de igual modo es necesario recordar que el fútbol está siendo utilizado en muchos países como mecanismo de lucha contra el rasismo, esa forma de rechazo que el género humano sigue perpetuando en pleno siglo veintiuno porque todos no respondemos a un determinado estereotipo físico.

Sería deseable que en este mundo en el que casi cualquier acción se justifica con tal de obtener el poder, hubiera más adolescentes en las calles del planeta tratando de imitar las piruetas de Figo, Cristiano Ronaldo o Carlos Teves, en lugar de estarse adiestrando para la guerra con un fusil al hombro, rompiendo así las ataduras de ese inveterado mito, en el que todas las formas de lucha son válidas, remplazándolo por un ritual en el que voces de mil colores pronuncien al unísono la palabra “Gol” hasta reventar de alegría como único grito litúrgico válido de guerra, sin importar el pueblo, la hora o las condiciones del lugar en el que se le dan puntapiés a un balón de cuero o a una pelota de trapo. Y entretanto el fútbol sigue su espera paciente, a la expectativa de algún día ser tenido en cuenta, como forma pacífica para dirimir muchos de esos conflictos que claman por soluciones que respeten la condición humana.