Latinoamerica
De lo que parece a lo que es
Con el nuevo triunfo de Hugo Chávez en Venezuela, inspirado en buena parte en Fidel Castro el presidente cubano, se reafirma el cambio político que en forma lenta pero persistente afronta el continente latinoamericano. Y que de manera irrebatible se ratifica, por efecto de que una serie de países de la región han dado un giro a la izquierda, en algunos casos con gobernantes de propuestas un poco más radicales como Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, y otros menos extremistas como Luis Inácio Lula Da Silva en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina y Michelle Bachelet en Chile, pero con la misma tendencia en los principios.
No han faltado los críticos que ven en el reposicionamiento político del continente hispano, la venida del anticristo, representado en la persona de Hugo Chávez y sus homólogos correligionarios, quienes son criticados en forma peyorativa por sus contradictores, acusados de ser promotores de ideas socialistas o comunistas, y de allí que al ser comparados con Álvaro Uribe o George Bush, resultan aquellos el origen para la pérdida de las libertades, y fungen estos como victimas y como los adalides que encarnan una lucha de origen divino y una muralla contra los diabólicos hijos de Marx y Lenin, aunque las acusaciones desde la otra orilla no se hacen esperar y con argumentos de la misma proporción.
Me pregunto cuantos de esos críticos sin argumentos, saben que es planificación centralizada de la economía, concentración o desconcentración de la propiedad de los bienes y medios de producción, nacionalización de los recursos naturales, liberalismo económico, lucha de clases, materialismo histórico, materialismo dialéctico, consolidación del partido único, renegociación de los empréstitos internacionales, función social de la propiedad privada, centralismo y federalismo político y muchos otros conceptos que ni se han tomado el trabajo de consultar en enciclopedias de economía política, de historia o al menos en un pequeño Larouse.
Es tan liviana la formación del colombiano promedio en asuntos de cultura política, que asociamos derechismo a tener buenas relaciones con estados Unidos, a ir a misa a doblar rodilla y a usar ropa de marcas extranjeras, e izquierdismo a escuchar música de Pablo Milanés, proclamar el ateísmo, a fumar marihuana y oler a incienso. Y con esos prejuicios atávicos, nos ufanamos de practicar una determinada doctrina política, que en el fondo no es más que la promoción de extereotipos e imaginarios distorcionantes de la realidad, que en nada corresponden a una visión crítica y disciplinada del modelo de estado que queremos, aunque algunos ni siquiera saben cual es la diferencia entre estado y gobierno y se creen analistas políticos.
Esa idea tan confusa que tenemos respecto de un modelo de estado determinado, con sus formas de gobierno en lo político, social, económico y cultural, nos ha llevado irreductiblemente a confundir doctrinas con personalismos mesiánicos. No juzgamos a nuestros gobernantes y mucho menos los elegimos por sus ideas liberales, conservadoras o de cualquiera otra índole; lo hacemos por simpatías personales, los repulsamos porque alguien nos dijo de uno de ellos que era comunista o neoliberal, y nuestro análisis de los políticos se vuelve sensacionalista y viseral, y la confrontación de ideas mediante la argumentación sólida, pasa a segundo plano.
Para quienes aman con tanta devoción la cultura norteamericana, en una cosa si tiene justificación su idolatría: es de recordar que en pocas naciones son tan claramente delimitadas las fronteras entre partidos políticos, como en el caso de republicanos y demócratas, situación que los a consolidado, y que como resultados, a fortalecido la democracia mediante el contrapeso de las ideas, a construido identidad política, ha logrado el control social y político en forma que aquí envidiaríamos , y sobre todo, continúa manteniendo incólume la institucionalidad y la unidad nacional, y le permite a los electores votar por partidos que a su vez representan un determinado modelo de concebir la vida, de interpretar la historia y de planificar el futuro, y que garantiza que sus representantes no saltan en el Congreso, de bancada en bancada, como trapecistas oportunistas en el circo del poder.
Es de celebrar el contrapeso político que se gesta en América, que no debe ser analizado como una discordia entre buenos o malos, sino como el resultado de la libre autodeterminación de unos pueblos, que justificaciones suficientes a la luz de los acontecimientos históricos han de tener para defender su cambio de rumbo. Si fuera una lucha entre seres de planetas que se odian a muerte, Hugo Chávez y Alan García, quienes difieren en la concepción de su modelo de construcción del estado, no propondrían respectivamente, el uno la creación de un banco para la región y el otro una moneda única continental, porque no necesariamente, las diferencias son dogmatismos irreconciliables.
Por lo regular la historia política de los pueblos está matizada por engaños promovidos por sofistas, que nos han hecho creer cosas tales como que el populismo es patrimonio de las izquierdas, que el desarrollo de la economía es logro de las derechas, que las dictaduras corresponden a la derecha, y que en la izquierda no hay desigualdad de clases. Para controvertir dogmas de fe, es indispensable revisar la historia, comprender los procesos que la han matizado, y entender que los seres humanos no necesariamente encarnan el bien o el mal por si mismos y sobre todo en política, sino que representan ideas que es fundamental aprender a sopesarlas. <>
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