Expresión
Por simple placer
Al comienzo de la tarde, el centro de Bogotá se constituye en un verdadero mare mágnum. Los oficinistas se agolpan en las puertas de los restaurantes esperando un turno para tratar de embutirse sus almuerzos lo antes posible y regresar aprisa a sus lugares de trabajo, los vendedores ambulantes se desgañitan escupiendo a voz en cuello las innumerables virtudes de sus fruslerías, y todo el mundo hace sus cosas tan a prisa, atropellándose unos a otros como si el planeta estuviera adportas de colapsar en unos cuantos segundos.
De pronto una voz bucólica que emula a la de Oscar Agudelo, se mezcla con el aire y una melodía de fonda paisa acompañada por los acordes de guitarras melancólicas le canta a una “China Hereje” que se fue. Su nombre artístico es “Garufa”, “juerga, diversión”, con su sombrero de paño gris de otro tiempo, de copa alta y ala angosta, aprieta con sus manos nervudas el micrófono, lo lleva contra su pecho y con pasión de cantor de arrabal inicia “Mi Buenos Aires Querido”y cuando termina se oye un serrado aplauso.
Su tarima es un desnivel del andén, su publico, los desprevenidos transeúntes que lo observan como espectáculo de feria, su traje, un brilloso sastre negro que con seguridad lo ha acompañado durante buena parte de su larga vida, y su apariencia, la de alguien que ejecuta su profesión con dignidad, porque no pide limosna, no espera la caridad de nadie; simplemente es un cantor de la calle, que primero es Olimpo Cárdenas, a los quince minutos es Julio Jaramillo, y media hora después es Carlos Gardel.
Unos cientos de metros más adelante, arrinconado contra un costado de la Plaza de Bolívar, sentado en su caja de embolar, con su cachucha negra de cartero intenta cubrirse el sol que inicia su descenso hacia el occidente. Su profusa y bien cortada barba de rabino y sus pequeños y escrutadores ojos, dan la sensación de estar frente a un sabio medieval, un rey de oros de la baraja española. Su trabajo de embellecedor de calzado, es quizás un pretexto para no quedarse en su casa, esperando a que la muerte lo sorprenda impasible.
Con sus manos trémulas de adulto mayor, Wilson Sandoval escarba dentro de su gran maleta de mago, y de entre cajas de betún de todos los colores, cepillos para sacar brillo y bayetillas percudidas, extrae un pequeño y bien cuidado libro, y con el orgullo que un estudiante le dice a su padre que ha obtenido el primer lugar en el colegio dice:”te presento mi libro de poesías. Luego con el placer que da el deber cumplido, empieza a pasar las hojas, mostrando desde su foto en la contraportada, y contando que lo había inspirado a escribir todas sus poesías
“Garufa y Wilson Sandoval, son dos personajes que parecen extraídos de una novela que casi nadie ha leído, un relato extraviado que poco tiene que ver con estos tiempos, un par de hombres que hace cincuenta años esperaban el tranvía, pero que sin saber cómo resultaron inmersos en una ciudad en donde nadie tiene tiempo para nadie, y donde todos somos extraños ante los ojos de todos, en donde ser lustrabotas es un trabajo de segunda, y cantar por la calle música ya olvidada es visto como vicio de mendigo.
No se porqué no dejo de sentir cierta envidia sana por ese par de hombres, será porque representan ese hedonismo que se encuentra en las cosas que hacemos solo por placer, será porque todos soñamos alguna vez con escribir un libro y cantar una canción en público y saber que es sentirnos aplaudidos, el deseo de ser libres, de expresar esa rebeldía gracias a la cual recordamos que todos de cierta forma somos escritores y cantantes, no importa la edad que tengamos, es atrevernos a romper el molde, dejarnos ilusionar con la idea de que somos dueños de nuestro destino.
Quizás por uno de esos impulsos de nostálgico irredimible de los que todos los seres humanos somos presos, con cada uno de ellos decidí sellar un pacto: a “Garufa” le prometí que cuando tuviera algo de dinero iría a buscarlo para comprarle uno de sus discos, a lo que me respondió con sobria humildad que me estaría esperando; con el embellecedor de calzado hice un trato que espero de todo corazón que la vida me permita cumplir: un día cualquiera él me entregará su libro de poesías, y yo a cambio le daré mi primera novela publicada.
De pronto una voz bucólica que emula a la de Oscar Agudelo, se mezcla con el aire y una melodía de fonda paisa acompañada por los acordes de guitarras melancólicas le canta a una “China Hereje” que se fue. Su nombre artístico es “Garufa”, “juerga, diversión”, con su sombrero de paño gris de otro tiempo, de copa alta y ala angosta, aprieta con sus manos nervudas el micrófono, lo lleva contra su pecho y con pasión de cantor de arrabal inicia “Mi Buenos Aires Querido”y cuando termina se oye un serrado aplauso.
Su tarima es un desnivel del andén, su publico, los desprevenidos transeúntes que lo observan como espectáculo de feria, su traje, un brilloso sastre negro que con seguridad lo ha acompañado durante buena parte de su larga vida, y su apariencia, la de alguien que ejecuta su profesión con dignidad, porque no pide limosna, no espera la caridad de nadie; simplemente es un cantor de la calle, que primero es Olimpo Cárdenas, a los quince minutos es Julio Jaramillo, y media hora después es Carlos Gardel.
Unos cientos de metros más adelante, arrinconado contra un costado de la Plaza de Bolívar, sentado en su caja de embolar, con su cachucha negra de cartero intenta cubrirse el sol que inicia su descenso hacia el occidente. Su profusa y bien cortada barba de rabino y sus pequeños y escrutadores ojos, dan la sensación de estar frente a un sabio medieval, un rey de oros de la baraja española. Su trabajo de embellecedor de calzado, es quizás un pretexto para no quedarse en su casa, esperando a que la muerte lo sorprenda impasible.
Con sus manos trémulas de adulto mayor, Wilson Sandoval escarba dentro de su gran maleta de mago, y de entre cajas de betún de todos los colores, cepillos para sacar brillo y bayetillas percudidas, extrae un pequeño y bien cuidado libro, y con el orgullo que un estudiante le dice a su padre que ha obtenido el primer lugar en el colegio dice:”te presento mi libro de poesías. Luego con el placer que da el deber cumplido, empieza a pasar las hojas, mostrando desde su foto en la contraportada, y contando que lo había inspirado a escribir todas sus poesías
“Garufa y Wilson Sandoval, son dos personajes que parecen extraídos de una novela que casi nadie ha leído, un relato extraviado que poco tiene que ver con estos tiempos, un par de hombres que hace cincuenta años esperaban el tranvía, pero que sin saber cómo resultaron inmersos en una ciudad en donde nadie tiene tiempo para nadie, y donde todos somos extraños ante los ojos de todos, en donde ser lustrabotas es un trabajo de segunda, y cantar por la calle música ya olvidada es visto como vicio de mendigo.
No se porqué no dejo de sentir cierta envidia sana por ese par de hombres, será porque representan ese hedonismo que se encuentra en las cosas que hacemos solo por placer, será porque todos soñamos alguna vez con escribir un libro y cantar una canción en público y saber que es sentirnos aplaudidos, el deseo de ser libres, de expresar esa rebeldía gracias a la cual recordamos que todos de cierta forma somos escritores y cantantes, no importa la edad que tengamos, es atrevernos a romper el molde, dejarnos ilusionar con la idea de que somos dueños de nuestro destino.
Quizás por uno de esos impulsos de nostálgico irredimible de los que todos los seres humanos somos presos, con cada uno de ellos decidí sellar un pacto: a “Garufa” le prometí que cuando tuviera algo de dinero iría a buscarlo para comprarle uno de sus discos, a lo que me respondió con sobria humildad que me estaría esperando; con el embellecedor de calzado hice un trato que espero de todo corazón que la vida me permita cumplir: un día cualquiera él me entregará su libro de poesías, y yo a cambio le daré mi primera novela publicada.
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