CATALEJO

OPINION LIBRE PERMANENTE SOBRE EL DIA A DIA. AUTOR JUAN SIMON CANCINO PEÑA, COMUNICADOR PERIODISTA. BOGOTA COLOMBIA.

Friday, January 19, 2007

Los avivatos

La cultura de la trampa

Hace algunos días un operador de televisión por cable, de manera inadvertida interrumpió la emisión de Fox Sports que según los índices de sintonía es el tercer canal más visto en el País, después de los canales privados con cubrimiento nacional. Al llamar para averiguar el porqué de la suspensión del canal, respondían que todo obedecía a una falla del satélite que impedía recepcionar la señal de origen en forma apropiada. Lo extraño era que todos los restantes operadores continuaban emitiendo la señal del canal deportivo sin contratiempo alguno

Lo primero que un desprevenido usuario podría pensar, es que su operador, Cablecentro, Había gastado una enorme suma de dinero, con seguridad para pagarle a la Nasa, para que le fabricara y le pusiera en orbita un satélite artificial propio, de allí que si éste fallaba, no tenía porqué pasar lo mismo con el resto de operadores, que sin los recursos de Cablecentro y sin los contactos en la Nasa O EN LA Agencia Espacial Europea, les tocaba compartir el mismo satélite, junto con muchas otras compañías de telecomunicaciones en el hemisferio.

Todo era evidentemente una vulgar treta, no había ninguna falla con el satélite, simplemente es probable que haya pasado lo mismo que tantas veces ha sucedido con este mediocre operador de televisión por cable: no le pagan los derechos de transmisión a los canales internacionales, quienes a su vez suspenden la señal, y el afectado final es el cliente, que termina cancelando en forma irrevocable un servicio que no está recibiendo a placer, y que además tiene que soportar que lo traten como a un idiota al que transan con la primer estupidez que se les ocurre.

Lo anterior es tan solo un ejemplo, de cómo la mayoría de empresas que prestan servicios en Colombia, someten a sus clientes a un trato desobligante. Los pedidos a domicilio a restaurantes, son una fiel copia de la incapacidad para atender con dignidad a los clientes: comidas que llegan frías, a destiempo y sin el contenido ordenado por el comensal, y eso cuando el mensajero no se toma el trabajo de cobrarse la propina por anticipado, pues uno es el valor anunciado al momento de solicitar el servicio, y otro más alto por supuesto, al instante de cancelarlo.

Las empresas de telefonía representan algunos de los casos más aberrantes, como cuando alguien que tenía un determinado plan de llamadas, decide cambiarse a otro que considera más favorable porque puede hacer llamadas locales en forma ilimitada con una tarifa fija, aunque le resulte un poco más costoso, y luego de hecho el cambio, por lo menos verbalmente, la compañía comienza a cobrar la nueva tarifa, pero eso si, con el servicio anterior, o a veces inferior, y de esos casos se cuentan por cientos, o al menos de eso se queja mucha gente en Bogotá con la ETB, que son muy rigurosos a la hora de cobrar pero ineficientes cuando toca resolver a favor de los usuarios.

Y entretanto ¿quién defiende a los usuarios?, ¿quién vela para que en los bancos no le metan billetes chimbos a la gente?, ¿quién cuida a los pasajeros de los chóferes de buses atarbanes que conducen a las patadas y arriesgan la vida de otros?, a donde acudir para que los tenderos tramposos e inescrupulosos no alteren las unidades de medidas y peso?, ¿a donde se denuncia a los dueños de discotecas y burdeles que a propósito reciben cédulas adulteradas de niños para que puedan beber trago?, y ¿cual es la autoridad que impide que a las personas les vendan alimentos, bebidas y medicamentos falsificados?.

La existencia de tanto tramposo la hemos justificado con el cuento tonto de que “es que acá en Colombia, la mayoría somos honestos, que los tramposos son unos poquitos”, Detengámonos por un instante a pensar si los ladrones y desleales son la minoría como eufemísticamente afirmamos: no más con ese cuento, aquí en esta sociedad lamentablemente hay mucho pícaro en todos los niveles y a todas las escalas, y hasta tanto no lo aceptemos, difícil será construir pedagogía para cambiar esa cultura de la trampa, en el que quien la hace es un putas y el que no un güebón.

Sería utópico pero espero que no imposible, edificar una sociedad en la que en el peor de los casos, los tramposos de verdad fueran la minoría, en la que el timo no fuera motivo de halago social y decir la verdad no sea entendido como un acto de lambonería. De lo contrario, no tendremos argumentos ni mucho menos autoridad ética, para criticar a esa cultura mafiosa y mentirosa, que patrocinada por todos de una u otra forma, se ha ido convirtiendo en un monstruo que como el camaleón que se camufla en la maleza, ya nos parece una parte habitual del paisaje.


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