LA FALSA BONDAD
Por: Juan Simón Cancino Peña
De antemano advierto que no soy activista en temas de discapacidad porque no me interesa. Dos acontecimientos relacionados con este asunto tuvieron lugar el pasado diciembre: uno promovido a través de las hondas radiales por la caja de resonancia de las buenas costumbres de la gente bien, y otro que resistiéndose a morir como la sífilis resucitó veinte años después para hacer carrera de nuevo en la impudicia. Me refiero a la colecta a favor de los soldados heridos en combate, que navidad tras navidad realiza el inefable y eufemísticamente llamado “julito” alias julio no me cuelgues por favor; la otra la nunca bien recordada y siempre tan exitosa Teletón, una continuación de las regurgitaciones que a diario emiten los canales privados de televisión abierta con cubrimiento nacional.
Desde la otra orilla plañían los activistas e intelectuales de la discapacidad, criticando a “julito” y a la Teletón con los mismos y manidos argumentos de cada año: que no resulta permisible la explotación comercial de la imagen de las personas con discapacidad, que con esos contenidos los medios de comunicación refuerzan estereotipos e imaginarios sociales en detrimento de las personas con discapacidad, que son necesarias acciones legales como la tutela para evitar semejantes atropellos; en líneas generales comparto dichos argumentos y otros que se les parecen, pero creo que por bienintencionados que sean, eso para no pensar mal y correr el inminente riesgo de acertar, no son el punto neurálgico del tema.
El pensador brasilero Paulo Freire desarrolla en una de sus obras la idea de la falsa bondad, que grosso modo consiste en mantener inalteradas las relaciones humanas y las estructuras sociales con base en la misericordia; tiene validez cultural de la siguiente manera: la bondad es usada como mecanismo de dominación y colonización, de tal manera que cuando esta hace carrera se vuelve costumbre, y es allí cuando la figura del benefactor se hace insustituible, y las miserias que da en virtud de su falsa bondad configuran relaciones de poder, en las que el control lo tiene quien ejerce la bondad, que a su vez sume el espíritu del beneficiado en una alienación que le impide tomar las riendas de su propia vida; entonces el benefactor emerge como rey y señor sobre sus beneficiados.
Ante las cámaras y las luces, y mientras el país morboso permanecía expectante, desfilaban dignatarios de todas las pelambres y ciudadanos de todos los orígenes, en el afán de que su falsa bondad se hiciera pública; alguien dirá, tal vez en el intento de tranquilizar su consciencia, que se trataba de un acto de genuina bondad, argumento para el cual los hermeneutas de las leyes construyeron la respuesta hace ya muchas calendas: el desconocimiento de la ley no redime al infractor, agregando que no sobraría que como sociedad se revisara aquello que se entiende por bondad, porque tal vez sin saberlo cuando se la ejerce tal y como es comprendida y practicada, se perpetúan formas de dominación y humillación.
En este sentido las personas con discapacidad en Colombia son víctimas de una doble falsa bondad: por un lado están quienes acuden al asistensialismo, reduciendo su autonomía, anulando su consciencia crítica y minando su capacidad para la toma de decisiones, selecto grupo en el que emergen organizaciones no gubernamentales, entidades oficiales, clubes de leones y demás; por otro lado están los intelectuales de la discapacidad, cuyo poder se fundamenta en la medida que ejercen su falsa bondad ataviados con los ropajes del liderazgo y el torrente de sus retóricas, pero que en materia de logros mejor sería que enterraran su servís bajo la tierra, porque el hecho que situaciones como estas se sigan presentando, no solo es culpa de los medios y de quienes venden discapacidad, sino y sobre todo de los pensadores del tema.
Las más de cuatro millones de personas con discapacidad en Colombia, están en la obligación moral de darles un golpe de estado a esos líderes e intelectuales que por años han ejercido su falsa bondad usando su formación e influencias en beneficio propio, mientras muchas de ellas no cuentan con las mínimas garantías para el ejercicio de una vida digna. Retomando a Freire, no serán esos líderes quienes los emanciparán, porque nadie libera a nadie, por la sencilla razón que el hombre se libera en comunidad, y por eso no basta que sean unos pocos los pensadores, cuando la mayoría permanecen sumidos en la absoluta sumisión a las estructuras de poder, que también benefician a esos líderes e intelectuales.
Juan Simón Cancino Peña.
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