GENERAL, YA NO SALVE MÁS USTED LA PATRIA
Por: Juan Simón Cancino Peña.
Su dicción sin duda raya en la perfección, sus palabras dotadas de una elocuencia rara en los que lo antecedieron y sucederán es notable, los pliegues de su uniforme verde oliva destacan por su pulcritud, sus blasones que luce con orgullo parecen las heridas exhibidas por un luchador griego, su apostura es la de un héroe de la patria, las estadísticas de su gestión hablan de él como de alguien imprescindible, las luces y los micrófonos claman por su presencia como si se tratara del protagonista de novela del momento, las señoras enloquecen como otrora por la autoridad que subliman sus ropajes y su varita de mando, y él está convencido que encarna esos y muchos otros encantos y virtudes.
Es por eso que me tomo el atrevimiento de civil insubordinado, de rogarle al General Oscar Naranjo, comandante de la policía, que por favor desista de su intento epopéyico de querer salvar la patria, y que se dedique a la farándula o a la política, en cuyas actividades tiene probadas competencias. Para la primera, cuenta con todas las características de un histrión, porque es amable con los medios e interpreta el papel del mejor policía del mundo con naturalidad; como político, es experto en decir lo que la gente gusta de oír, y cuenta con un discurso nutrido de un amplio repertorio de sinónimos y antónimos, aunque en el fondo pocas veces diga algo de importancia.
Cuenta además el general con la gloria de aparecer en un ranking, que por ser realizado allende las fronteras por los hermanos superiores del norte, se convierte en algo así como palabra divina porque carentes de autonomía como sociedad, nos seduce el encantamiento que otros nos midan, pesen, cuantifiquen, cualifiquen, premien, subordinen, y somos felices porque alguien dijo en otra lengua que una fulana de Riohacha o Leticia apareció entre las mejores cincuenta de no sé qué escalafón, o porque un hijo de vecina originario de las costas del caribe o de las selvas amazónicas apareció en una escena de no sé qué película limpiando la nave del protagonista; y así nos comportamos como sociedad, a la espera que otros nos dicten el lugar que suponen debemos ocupar en la historia.
Tal vez quienes fabricaron el policidómetro para escoger al mejor policía del mundo, olvidaron que la inseguridad en las ciudades de su país de origen, que por principio constitucional es su responsabilidad, anda manga por hombro; que los ciudadanos se sienten a merced de los delincuentes, que comandos armados urbanos con armas de largo alcance y entrenamiento militar irrumpen en el momento menos esperado, que el tráfico de narcóticos es práctica habitual, que el fleteo en bancos y robos a viviendas es amenaza constante, todo mientras el mejor policía del mundo se sienta a manteles con misiones diplomáticas extranjeras para decirles al oído, lo que no se atreve en su país, quizás porque desconfía de esas instituciones que juró defender en el ejercicio de su deber, intenciones que descubriremos cuando inventen el hipocridómetro.
Mientras el general parece embrujado por los cantos de sirena que rinden multitudes a sus pies, el periodista Alfredo Serrano, investigador de la cultura de la ilegalidad, decía hace pocos días que según sus cálculos en Colombia setenta de cada cien policías son corruptos, a lo que yo agregaría que hay indicios que parecen indicar que aún quedan agentes honrados, porque en lo particular, no me ciento protegido por la policía, como tampoco creo eso que los actos de corrupción son protagonizados por unas cuantas ovejas verdes descarriadas, y que en eso influye el tipo de doctrina, porque si bien de forma explícita a nadie entrenan para infringir la ley en la policía, el ejercicio del poder a través de las armas, es corrosivo para cualquier sociedad, más aún si quienes lo ejercen lo hacen como forma de escapar del desempleo y la miseria sin mayor vocación.
General, ya probó usted con sobradas creses que la seguridad en los centros urbanos le quedó grande, que la corrupción del cuerpo armado que comanda supera su capacidad de gestión, que la delincuencia organizada no es un fenómeno esporádico como usted afirma si no que obedece a un problema estructural de orden público que la policía no está controlando, que la desconfianza de los ciudadanos en torno a quienes debieran protegerlos sigue en aumento; por esas y muchas otras razones, por favor general, renuncie y láncese a la política, y si es desde el último piso del Ministerio de Defensa mucho mejor, o sométase a un juicio público, sin escudarse en el torpe argumento que los éxitos de la policía son triunfos de la institución, y que los actos de corrupción son hechos aislados que comportan sólo responsabilidades individuales.
Juan Simón Cancino Peña.
Su dicción sin duda raya en la perfección, sus palabras dotadas de una elocuencia rara en los que lo antecedieron y sucederán es notable, los pliegues de su uniforme verde oliva destacan por su pulcritud, sus blasones que luce con orgullo parecen las heridas exhibidas por un luchador griego, su apostura es la de un héroe de la patria, las estadísticas de su gestión hablan de él como de alguien imprescindible, las luces y los micrófonos claman por su presencia como si se tratara del protagonista de novela del momento, las señoras enloquecen como otrora por la autoridad que subliman sus ropajes y su varita de mando, y él está convencido que encarna esos y muchos otros encantos y virtudes.
Es por eso que me tomo el atrevimiento de civil insubordinado, de rogarle al General Oscar Naranjo, comandante de la policía, que por favor desista de su intento epopéyico de querer salvar la patria, y que se dedique a la farándula o a la política, en cuyas actividades tiene probadas competencias. Para la primera, cuenta con todas las características de un histrión, porque es amable con los medios e interpreta el papel del mejor policía del mundo con naturalidad; como político, es experto en decir lo que la gente gusta de oír, y cuenta con un discurso nutrido de un amplio repertorio de sinónimos y antónimos, aunque en el fondo pocas veces diga algo de importancia.
Cuenta además el general con la gloria de aparecer en un ranking, que por ser realizado allende las fronteras por los hermanos superiores del norte, se convierte en algo así como palabra divina porque carentes de autonomía como sociedad, nos seduce el encantamiento que otros nos midan, pesen, cuantifiquen, cualifiquen, premien, subordinen, y somos felices porque alguien dijo en otra lengua que una fulana de Riohacha o Leticia apareció entre las mejores cincuenta de no sé qué escalafón, o porque un hijo de vecina originario de las costas del caribe o de las selvas amazónicas apareció en una escena de no sé qué película limpiando la nave del protagonista; y así nos comportamos como sociedad, a la espera que otros nos dicten el lugar que suponen debemos ocupar en la historia.
Tal vez quienes fabricaron el policidómetro para escoger al mejor policía del mundo, olvidaron que la inseguridad en las ciudades de su país de origen, que por principio constitucional es su responsabilidad, anda manga por hombro; que los ciudadanos se sienten a merced de los delincuentes, que comandos armados urbanos con armas de largo alcance y entrenamiento militar irrumpen en el momento menos esperado, que el tráfico de narcóticos es práctica habitual, que el fleteo en bancos y robos a viviendas es amenaza constante, todo mientras el mejor policía del mundo se sienta a manteles con misiones diplomáticas extranjeras para decirles al oído, lo que no se atreve en su país, quizás porque desconfía de esas instituciones que juró defender en el ejercicio de su deber, intenciones que descubriremos cuando inventen el hipocridómetro.
Mientras el general parece embrujado por los cantos de sirena que rinden multitudes a sus pies, el periodista Alfredo Serrano, investigador de la cultura de la ilegalidad, decía hace pocos días que según sus cálculos en Colombia setenta de cada cien policías son corruptos, a lo que yo agregaría que hay indicios que parecen indicar que aún quedan agentes honrados, porque en lo particular, no me ciento protegido por la policía, como tampoco creo eso que los actos de corrupción son protagonizados por unas cuantas ovejas verdes descarriadas, y que en eso influye el tipo de doctrina, porque si bien de forma explícita a nadie entrenan para infringir la ley en la policía, el ejercicio del poder a través de las armas, es corrosivo para cualquier sociedad, más aún si quienes lo ejercen lo hacen como forma de escapar del desempleo y la miseria sin mayor vocación.
General, ya probó usted con sobradas creses que la seguridad en los centros urbanos le quedó grande, que la corrupción del cuerpo armado que comanda supera su capacidad de gestión, que la delincuencia organizada no es un fenómeno esporádico como usted afirma si no que obedece a un problema estructural de orden público que la policía no está controlando, que la desconfianza de los ciudadanos en torno a quienes debieran protegerlos sigue en aumento; por esas y muchas otras razones, por favor general, renuncie y láncese a la política, y si es desde el último piso del Ministerio de Defensa mucho mejor, o sométase a un juicio público, sin escudarse en el torpe argumento que los éxitos de la policía son triunfos de la institución, y que los actos de corrupción son hechos aislados que comportan sólo responsabilidades individuales.
Juan Simón Cancino Peña.
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