CATALEJO

OPINION LIBRE PERMANENTE SOBRE EL DIA A DIA. AUTOR JUAN SIMON CANCINO PEÑA, COMUNICADOR PERIODISTA. BOGOTA COLOMBIA.

Thursday, March 31, 2011

CANSADO DE LA RADIO DE HOY


CANSADO DE LA RADIO DE HOY
Por: Juan Simón Cancino Peña.

En buen uso de mis facultades de radionauta o viajero sideral por las hondas hercianas, me topé la otra noche, vaya verbo en desuso ese, con la alambicada inflexión de una vocecilla femenina que anunciaba con ráfagas de metralleta los resultados de los juegos de asar del día, y digo del día, porque ogaño, en mis épocas de púber, las loterías jugaban una vez por semana, y los sorteos eran transmitidos en vivo, mientras los apostadores se mordían las uñas rezando padrenuestros, para que el asar favoreciera los atajos escogidos.

Esta vez la locutora anunció una miríada ininteligible de nombres y resultados que incluían hasta donde recuerdo astros y signos zodiacales; dijo el resultado del cafeterito de la mañana, del cafeterito del mediodía, del cafeterito de la noche, del astro de las tres y del astro de las cinco, que capricornio con la serie tal y que acuario con no sé qué combinación de los mil demonios, que el número de la lotería de tal departamento acompañado con no sé qué serie, hasta que no aguanté esa matraca de birlibirloques y decidí mover el dial.

Más adelante en otra banda, unos mozalbetes en lo referente a su desarrollo cognitivo, prepúberes en su desarrollo moral y adultos tal vez en su configuración morfoesquelética, se preciaban de insultar a las jovencitas masoquistas, que en sus desesperados ensayos de fama llamaban a contar sus intimidades: que fulanito les había dado por allí, que menganito las había volteado de tal manera, que el otro era un perro porque tenía un montón de viejas a parte de ella; y plañían, y sufrían, y lloraban, mientras el locutor, honroso nombre que ahora se le da a cualquier ignaro cuya única gracia es decir estupideces de corrido frente a un micrófono, se burlaba a mandíbula batiente de las desgracias de sus oyentes,.

Cuando creía haberlo oído todo, un boyaco, o un huilense, o un pastuso, o un paisa, que se hacía pasar por indio amazónico, que a veces gagueaba en portugués, otras en francés, otras en italiano, o en todas a la vez, o tal vez en ninguna de ellas, decía que era dueño de los más ancestrales secretos de las comunidades tribales de América, y que como el ilustre enamorado de doña Dulcinea, y perdón con él, que desfacía entuertos y enderezaba agravios, éste que por desgracia no era don Quijote si no algo menos que su jamelgo, prometía que ligaba a los amores idos, que daba el número de la lotería y ofrecía la fórmula esotérica para la buena suerte en todas las empresas de los incautos.

Cuando amanecía hizo su luciferina aparición la larva unicelular y ceroneuronal que años aciagos atrás bufaba porque la pelota se había ido por encima del palo de mango, acompañado de una caterva de hongos cuya única gracia, si es que hay algo de gracia en ello, contaban chascarrillos homofóbicos, misóginos, racistas, discriminantes, de los que luego reían cocinados en su misma salsa, como la piara que se revuelca en su propia lavaza, y entonces pensé que prefiero a Samuel en el solio del Palacio de San Carlos y no al bobalicón cuya máxima creación era gritar para que ninguna de las noches de su insatisfecha vida lo esperaran en su casa.

Luego vinieron los lambones de toda la vida, que gemían para que el homúnculo al que llamaban por su diminutivo no les tirara en sus orejas de rocines el teléfono, mientras uno de sus pares con su lengua cardenalicia dictaba sentencia sobre quienes eran culpables y quienes inocentes. Justo en la estación de enseguida, el galardonado con el premio al mejor periodista del villorrio, cuyo exabrupto solo es superado por la lástima que inspira el que se haya creído tamaña mendacidad, hacía gala de su única y mejor gracia frente al micrófono, que no es otra que contar chistes, y supuse que luciría más auténtico si lo hiciera acompañándose de una guitarra tocando uno de esos pasajes caribeños balando un tremebundo arracachacachacachá.


Juan Simón Cancino Peña.

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