CATALEJO

OPINION LIBRE PERMANENTE SOBRE EL DIA A DIA. AUTOR JUAN SIMON CANCINO PEÑA, COMUNICADOR PERIODISTA. BOGOTA COLOMBIA.

Saturday, September 10, 2011


De la manía de la imitación a la ética de la comprensión 

Por: Juan Simón Cancino Peña.

En cierta oportunidad a la quincuagenaria diva que posa de mocetona, la misma que todas las noches con sus pucheros dice quien afina y quien canta con sentimiento, para mayores señas la doña Inés de Hinojosa, en alguna oportunidad airada protestó por el desacuerdo de la crítica especializada ante el rumor de que sería presentadora de un noticiero de televisión, afirmando que con el hecho de ser actriz le bastaría para interpretar el papel de periodista, desconociendo que una cosa es fingirse médico ante la pantalla mágica, y otra la de hacer una operación a corazón abierto, como muy distinto es ser cantante e imitador reconocido que simple crítico sin argumentos que tararea melodías durante el baño diario.

Impregnados tal vez por ese espíritu de omnisciencia, es que a ciertas elites de la inclusión social, concepto por cierto manido como las modas que entran en desuso después de su desgaste inmisericorde, han dado por aplicar eso que no sabría si definirse como pedagogía de la alteridad o de la imitación, o comunicación de la interpretación para vivir en carne propia lo que se supone otros sufren para luego contarlo, que no consiste en otra cosa en que un fulano, famoso en lo posible, asume el papel de otro mengano por un determinado tiempo, a fin de creer hacerse una idea de cómo trascurre su existencia.

Ya imagino a los creativos de la didáctica de la inclusión social y la no discriminación, alistando los ríos de tinta negra para pintarle el rostro a otro famoso durante una jornada, y hacerlo salir a la calle interpretando el papel de afro; supongo que será mayor su esfuerzo para persuadir a otro de sus aliados estratégicos para que acceda a medir las calles de mano sudada con personas del mismo sexo, en tanto que les hacen tomas de primer plano cuando en contra de sus voluntades se besen con pasión mientras comparten una crema de helado, en la idea que se manifiesten de acuerdo con el homomonio que no matrimonio gay; convencerán también a una ex reina de cualquier cosa, para que se tinture el pelo de blanco y se arrugue la piel a modo de patas de gallina mientras camina encorvada, para que luego dé fe de lo horrible y lindo a la vez que es vivir un día como vieja.

Como estoy convencido que poner a una persona a que suplante el papel de otra es una invitación al morbo y un desenfoque pedagógico y comunicativo, porque con ello se ataca a las emociones y no a la razón, sugiero que en vez de poner a un periodista a que represente el papel de una persona ciega en su lugar escojan a un periodista ciego para que dirija un consejo de redacción, que el afro asuma como ministro o gerente de banco siempre y cuando tenga los méritos de rigor, que las personas del mismo sexo se demuestren su amor público sin el dedo escrutador de nadie señalándoles, y que la vieja de marras no necesite que nadie se arrogue el derecho de interpretarla porque en sí misma es irrepetible.

Como no creo que nadie pueda vivir mi vida con todas mis frustraciones y alegrías, con todos mis miedos y furias, y menos si lo hace por tan solo un día, y como de mismo modo me parece inconcebible aquella máxima que señala que no me es posible comprender al otro si no me he puesto en sus zapatos, invito a los sapientísimos creativos de esta nueva manía de la suplantación, para que comprendan que una cosa es el vulgar remedo y otra muy distinta la ética de la comprensión y la empatía plena, que una cosa es el sujeto pretendidamente suplantado y otra su devenir como ser trascendente, que una cosa es que alguien se estremezca porque permaneció en una silla de ruedas cinco horas y otra que comprenda las luchas políticas de aquel al que imita, que una cosa es tinturarse el rostro de negro y otra ahondar en la cosmovisión de las luchas de las personas afrodescendientes.

Ya lo enseñó José Saramago con su Ensayo Sobre la Ceguera , cuando comprende que no se trata de aquello de lo que carecemos o tenemos en demasía, sino de cómo enfrentamos el mundo, independientemente de nuestras condiciones particulares de vida, que sin excepción nos ligan a los vicios y a las virtudes según nos comportemos, viviendo siempre vidas únicas e irrepetibles.  Así y me atavíe con magros ropajes, me deje lapidar y poner una corona de espinas, y cargue a cuestas una pesada cruz, jamás sabré lo que sintió el cristo crucificado, como tampoco lo sabría mi madre si ella hiciera lo propio después de mi.

Juan Simón Cancino Peña.

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