CATALEJO
DEL SER Y DEL TENER
Por: Juan Simón Cancino Peña.
Una egregia modelo, actriz, presentadora de televisión, dizque escritora y por fortuna no cantante, aún, con apellido propio del notablato parroquial, en donde se conjugan el santoral con el día destinado para rendirle culto a sus mártires que a su vez es el séptimo de la semana, ha lanzado al desgaire una de esas propuestas que sin duda la catapultarán una vez más para ser la portada de una de aquellas revistas tan dadas al culto por las asimetrías de las turgencias.
Tan empeñada ella en demostrar que los hombres las prefieren brutas, lo que quizás sea una expiación inconsciente de sus culpas, ha dado en sugerir en su permanente tono de emancipación de unas cadenas que tal vez nunca ha tenido, que su fórmula para que la institución del matrimonio no fracase, sacada de su sombrero de mago, consiste en que las uniones conyugales sean a término fijo, tal y como sucede con los contratos de prestación de servicios.
Baste con recordarle a la diva caribeña, que las uniones maritales de corte civil en el ordenamiento jurídico colombiano, si es que algo está ordenado jurídicamente en éste el país más feliz del continente, como no sean las pensiones de los magistrados auxiliares del Consejo de Estado, fungen como acuerdos de voluntades a la luz del derecho civil, susceptibles de ser finiquitadas por un acuerdo de voluntades tal como el que les dio origen, y que por tanto en este orden de ideas su audaz desvarío que ha dado en elevar a la categoría de propuesta no es más que un calambur.
Si se trata de una de esas uniones, en las que con inflexión apocalíptica uno de los vicarios del nazareno, o de su Dios, o de los dos, o de los tres si se quiere, que como reza la doctrina son hilo de la misma madeja, con birlibirloques tales como ¡Lo que Dios ate en el cielo no lo desate el hombre en la tierra, este vínculo está mediado por preceptos de la consciencia y no de la ley, y por tanto su cumplimiento o incumplimiento es propio de la autonomía moral de cada persona.
Baste con recordar aquí a Erich Fromm, cuando afirma que hay unas cosas que se tienen y otras en las que se vive, y que a veces confundimos el tenerlas con el vivir en ellas; un ejemplo podría ser el amor que en todas sus manifestaciones resulta tan inasible y etéreo, y que en ningún caso se tiene como una casa o un carro porque vivimos en él, y por tanto es absurdo suponer que es comparable a un producto con fecha de vencimiento o de garantía.
No será hora entonces de superar eso que Jurgen Habermas llamara la juridización del mundo de la vida, en donde explica que las mediaciones para resolver los conflictos entre las personas encuentran posibles soluciones solo en aquello que está reglado o normado, en detrimento de la autonomía de la consciencia y de una ética de la comunicación, y que más que proponer términos legales con fecha de caducidad para las uniones maritales como ocurre con las transacciones comerciales para la compra y venta de bienes y servicios, es hora de construir una consciencia del amor, en donde cada quien vive con quien quiera y donde lo desee hasta cuando sus principios así se lo permitan.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home